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viernes, 10 de noviembre de 2023

Resistir en Gaza, por Teresa Aranguren

 Resistir en Gaza, por Teresa Aranguren


“Lo peor es no estar con los tuyos y escuchar que están bombardeando el barrio y que tu casa familiar ha sido destruida y que alguien muy cercano a ti figura entre los heridos o los muertos”.

“Esta maldita guerra terminará y nuestra casa no volverá a nosotros y nosotros no volveremos a casa. Las fuerzas de ocupación israelíes la han bombardeado y la han destruido por completo. Esto no significa en absoluto que la casa ya no sea el espacio para nuestros sueños, nuestro amor, nuestra amistad, nuestros gritos, nuestro miedo, nuestro aburrimiento, nuestra ansiedad, nuestras canciones, nuestras mochilas de la escuela, nuestras ideas, nuestras risas, nuestras conversaciones y nuestras diferencias. La casa seguirá siendo el lugar que acoge todo lo que sentimos y pensamos. Quien construyó esta casa construirá otras una y otra vez. Somos tan duraderos como lo ha sido el olivo durante miles de años, sobreviviendo hasta nuestro último aliento. Pese a todo lo que está ocurriendo y lo que va a ocurrir, nunca nos rendiremos, seguiremos aquí firmes en nuestra tierra, renaceremos de los escombros como el ave Fénix, permaneceremos aquí como el olivo con sus raíces en la tierra y sus ramas acariciando el cielo…”.

Olivo-símbolo-de-Palestina


Este texto lo escribe Muhammad Salha, amigo de mi hijo David, quien todas las mañanas le envía un WhatsApp para saber si sigue vivo. Casi siempre contesta con un escueto “aún vivos” pero, de vez en cuando, envía un texto como el que encabeza este artículo, es su modo de romper el cerco que los mantiene incomunicados y aislados del mundo y es también un mensaje de resistencia. A veces tarda varios días en contestar al WhatsApp de David y entonces la duda es si su silencio se debe a falta de batería para el móvil o de aliento para seguir respirando.

Muhammad Salha ha cumplido ya los 40 años, está casado, tiene cinco hijos, los dos mayores de un anterior matrimonio, los otros tres del actual. Desde que comenzaron los bombardeos ha perdido a 12 familiares y a casi todas sus amistades, entre ellas su exesposa con quien mantenía una relación muy estrecha. Es un amante del teatro y de toda actividad artística, una especie de promotor cultural que, en 2014, tras los bombardeos israelíes de aquel verano (más de 2.500 muertos, un tercio de ellos niños) organizó, en colaboración con una oenegé de Cataluña, una gira de payasos, entre ellos mi hijo, por la devastada ciudad de Gaza. De aquella gira proviene su amistad.
La casa de Muhammad, construida, según sus palabras, a la medida de sus sueños y su amor, estaba en un barrio de clase media de la ciudad de Gaza, pero, tras el inicio de los bombardeos, decidieron abandonarla y trasladarse a la vivienda de unos parientes en una zona que parecía un poco más segura, si es que el término “segura” tiene algún sentido ahora en Gaza. Dos días después de su traslado, la casa fue bombardeada.

Entonces escribió ese texto que envió por WhatsApp a David y cuya última frase es toda una declaración de vida, de amor a la vida. Y a la tierra. “Cuando todo esto pase, nos quedaremos aquí hasta que el dolor desaparezca, viviremos aquí y la música será dulce”.

Como ya no hay trabajo que no sea el de sobrevivir o ayudar a que otras personas sobrevivan, Muhammad acude todos los días al hospital Shifa, el más importante de Gaza, para ayudar al exhausto personal sanitario que, sin apenas medicamentos ni material sanitario, trata de hacerse cargo no solo de las personas enfermas y heridas sino de las más de 12.000 desplazadas que han buscado refugio en las inmediaciones del centro hospitalario, con la vana esperanza de que las bombas respeten ese lugar destinado a paliar el dolor y combatir a la muerte. En realidad, el hospital Shifa y todos los hospitales de la zona norte y de la ciudad de Gaza están amenazados por el Ejército israelí. La orden es “evacuad el hospital y marchad todos hacia el sur, si no lo hacéis, moriréis porque vamos a bombardear el edificio”.
El método se parece demasiado al que en 1948 emplearon las milicias armadas del movimiento sionista para expulsar a la población palestina de sus tierras. La fórmula, tal como lo han explicado en más de una ocasión militares israelíes que participaron en aquellas operaciones, consistía en rodear una localidad y lanzar con altavoces este mensaje: “Abandonad vuestras casas inmediatamente, tenéis dos horas para salir del pueblo, si no os pasará lo mismo que a los de Deir Yassin”*. 75 años después, la historia se repite.

Veo en las noticias la imagen atroz de hombres escarbando la tierra con las manos y sacando de entre los escombros cuerpos ensangrentados de niños y niñas. Uno de esos hombres con el rostro casi blanco por el polvo grita a cámara: “Mi abuelo ya vivió esto mismo, pero ahora no nos iremos, aunque nos maten a todos, no nos iremos”.

Lo que el Ejército israelí está llevando a cabo en Gaza no es una operación para acabar con Hamas, al menos no es ese su único ni siquiera su principal objetivo; la estrategia de exterminio y terror que el Ejército israelí está llevando a cabo en Gaza tiene como objetivo “vaciar” de población palestina la mitad norte de la Franja y anexionarse el territorio. Si nadie lo impide y no parece que nadie vaya a impedirlo, Gaza será reducida a escombros y de la noche a la mañana cerca de un millón de personas se convertirán en refugiadas. Porque ahora, como entonces, Israel no permitirá que regresen a sus hogares. Y ahora, como entonces, el crimen de lesa humanidad de la limpieza étnica quedará impune.

Wafaa Abu Hajjaj tiene 33 años, está soltera y es periodista freelance. Vive en la ciudad de Gaza, cerca del hospital Shifa, el más importante de la Franja y ha decido quedarse allí, haciendo su trabajo de periodista. “Quiero recopilar los testimonios de la gente que ha venido hasta aquí buscando un lugar más seguro. Hay miles de personas instaladas en las cercanías del hospital, muchas ya no tienen un hogar donde refugiarse porque sus casas han sido destruidas por las bombas, otras han llegado trayendo varios familiares heridos… Desde que un portavoz del Ejército israelí anunció que el hospital era objetivo militar y que tenía que ser evacuado y que toda esta gente tenía que ir hacia el sur, sabemos que en cualquier momento pueden bombardearnos, pero nos quedamos aquí… Vamos a continuar informando, ese es nuestro mensaje, pase lo que pase voy a seguir filmando, pese a los continuos apagones, las desconexiones de internet y de la telefonía, voy a seguir filmando y enviando al mundo las escenas que muestran los crímenes de la ocupación, voy a seguir contando al mundo lo que está pasando…”, cuenta.

Desde el inicio de la ofensiva israelí en Gaza, 34 periodistas de Palestina han muerto por disparos o bombas del Ejército israelí. No hay prensa occidental en el interior de la Franja, Israel impide la entrada de periodistas. No es algo excepcional, cerrar el paso de los medios de comunicación a la zona donde va a realizar una operación militar es práctica habitual del Ejército israelí. Y no ocurre solo en la bloqueada Gaza.

En el año 2002 durante una operación militar que Israel denominó “cinturón defensivo”, casi todas las ciudades de Cisjordania, Ramalla, Nablus, Tulkaren, Jenín, Belén, permanecieron durante semanas ocupadas por el Ejército israelí, sometidas a toque de queda y totalmente aisladas del mundo. Ni Cruz Roja, ni organizaciones humanitarias, ni representantes de Naciones Unidas, ni cuerpo diplomático ni por supuesto los medios de comunicación pudieron entrar. La única forma de saber lo que ocurría era hablar por el móvil con alguien de dentro de la ciudad. Así supimos que gran parte del campo de refugiados de Jenín estaba reducido a escombros y que había heridos desangrándose en las calles que nadie podía socorrer porque francotiradores del Ejército disparaban a todo el que salía de casa. Pero los móviles de entonces servían para hablar y poco más, no tenían cámaras para filmar lo que estaba pasando, así que de aquella operación atroz en Cisjordania no hay imágenes. Y aunque las investigaciones de organismos como Human Rights Watch dieron cuenta de graves crímenes de guerra cometidos por el Ejército israelí, nada de aquello se vio. La imagen de una joven enfermera muerta junto al cuerpo del herido al que intentó socorrer o la del anciano en silla de ruedas que enarbolaba una banderita blanca y cuyo cadáver tiroteado fue aplastado después por un tanque israelí no recorrieron las redacciones de los medios y no conmovieron a la opinión pública porque esas imágenes no existen, existe el testimonio y el relato, pero no la imagen del crimen. Por cierto, en Cisjordania no actuaba Hamás.

“Lo peor es no estar con los tuyos y escuchar que están bombardeando el barrio y que tu casa familiar ha sido destruida y que alguien muy cercano a ti figura entre los heridos o los muertos”, escribe Wafaa Abu Hajjaj en el último mensaje recibido, poco antes de que las conexiones a internet y la telefonía móvil fueran bloqueadas por Israel durante varios días.

Entre el 7 de octubre y el 5 de noviembre, más de 10.000 personas han sido asesinadas y más de 22.911 han resultado heridas, según datos Según el Ministerio de Salud Palestino. A esta cifra se suman las 2.000 personas reportadas como desaparecidas, presumiblemente bajo los escombros de edificios destruidos, entre ellas 1.100 niños y niñas. La UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los y las refugiadas palestinas) informa de 690.000 personas desplazadas que han buscado refugio en 149 instalaciones de UNRWA en toda la Franja, de ellas unas 160.000 se alojan en 57 edificios de UNRWA en el norte y en ciudad de Gaza, donde el Ejército israelí prohíbe la llegada de ninguno de los pocos camiones que entran por el paso de Rafah, fronterizo con Egipto. La agencia advierte que ya no puede prestar servicio a las personas refugiadas en esa zona. Israel impide la entrada de combustible indispensable para el funcionamiento de los hospitales y las desaladoras de agua.
Hace varios días que no llega ningún mensaje de Muhammad. Tras el gran apagón informativo por la desconexión de internet y la telefonía móvil, las comunicaciones se han restablecido con dificultades. Quiero creer que esa es la razón de su silencio.

Este es su último mensaje: “Durante un momento perdí mi humanidad y empecé a pensar en tomar venganza y deseé matar a aquellos que nos están haciendo esto porque mis sentimientos están confusos y no puedo controlar mis emociones. Pero prefiero seguir siendo Muhammad, el ser humano, Muhammad el que rechaza la violencia, Muhammad el padre cariñoso, el amigo fiel, el compañero divertido. Soy un ser humano y seguiré siendo un ser humano”.

La estrategia de exterminio sigue adelante ante los ojos del mundo. Quizás dentro de diez o veinte años, muchos se pregunten ¿cómo fue posible aquello?, ¿cómo lo consintieron?, ¿cómo nadie paró el genocidio?

Y no podremos decir, como en otro tiempo se dijo en Europa, que no sabíamos.

Artículo completo en Pikara Magazine

sábado, 21 de octubre de 2023

Exculpar a Israel, por Teresa Aranguren

 Exculpar a Israel, por Teresa Aranguren, en Otras miradas, Público, 19/10/23

"Parece que ha sido el otro equipo, no tú", le dice Joe Biden a un Benjamín Netanyahu con cara de pocos amigos. El presidente estadounidense luce una sonrisilla de conejo que desentona bastante con la gravedad del tema y del momento; tanto da que hable de bebés decapitados repitiendo un bulo que su equipo de la Casa Blanca se vio forzado a desmentir a las pocas horas, como que se apunte al "yo no he sido" del gobierno israelí al día siguiente del bombardeo del hospital Al-Ahli en la ciudad de Gaza, la sonrisilla de conejo permanece fijada a la cara del Sr. Presidente como una máscara de Halloween. Y la verdad resulta bastante irritante. Por no decir obscena.

Cuando las terribles escenas de los cuerpos desmembrados, los cadáveres carbonizados,  los lamentos de los heridos, el horror en la mirada de los niños, el desconsuelo de las madres que abrazan, en un último e inútil esfuerzo de protección, el cuerpo sin vida de su bebé, cuando los gritos de los supervivientes y la desolación en el rostro de los médicos que siguen intentando, pese a todo, paliar el dolor que les rodea,  inundan las pantallas de las televisiones y recorren  las redes sociales, las palabras del presidente estadounidense nada más llegar a la región no son de condena, ni siquiera de compasión, son para exculpar a Israel del atroz crimen que ha provocado un clamor de indignación en el mundo árabe y en gran parte de la opinión pública occidental. Así que ahora la tarea es exculpar a Israel.

Por eso conviene recordar que apenas media hora antes del bombardeo del hospital Al-Ahli, una de las escuelas de la UNRWA en el campo de refugiados Al-Magahaz donde cientos de familias habían buscado refugio, también fue bombardeada por Israel, hubo seis muertos y decenas de heridos, una cifra que comparada con las más de quinientas víctimas mortales del ataque al hospital parece irrelevante. Pero no lo es.  El ataque a la escuela de la UNRWA, práctica por lo demás habitual en las anteriores ofensivas israelíes, es crimen de guerra, como lo es disparar contra las ambulancias, más de 20 en estos días, matar a trabajadores humanitarios, 14 empleados de UNRWA muertos, a periodistas, 17 informadores locales muertos, o impedir la entrada de agua, combustible, suministro eléctrico, alimentos y material sanitario a más de dos millones de personas cercadas en una franja de 365 kilómetros cuadrados entre el mar y la valla que separa a Gaza de territorio israelí.

Pero ahora, al parecer, la cuestión clave es determinar quién disparó el misil que provocó la matanza en el hospital Al-Ahli y, dado que ni la versión israelí ni la de Hamás son fiables, habrá que esperar el dictamen de una comisión independiente que investigue sobre el terreno lo sucedido. O sea, cuestión como mínimo de meses, ya que lo más probable, a juzgar por experiencias anteriores, es que Israel no permita la entrada de ningún equipo investigador en el territorio de la Franja o lo dilate tanto que al final la comisión no tenga sentido.
Un ejemplo muy ilustrativo: lo ocurrido en abril del 2002 durante la operación militar "Cinturón defensivo", en la que el ejército israelí ocupó de nuevo las ciudades de Cisjordania, entre ellas el campo de refugiados de Jenin que durante tres semanas fue bombardeado mientras la población permanecía sometida a toque de queda sin siquiera poder socorrer a los heridos que se desangraban en las calles. Cuando los primeros periodistas llegamos allí, los habitantes del campamento escarbaban la tierra sacando cadáveres con las manos, ya que el ejército israelí aún impedía el acceso por carretera a los convoyes con material de rescate y ayuda humanitaria.  El número de muertos, según Israel, no llegaba a los 30, según los supervivientes se contaba en centenares. De modo que el 19 de abril de 2002, un día después de la salida del ejército israelí del devastado campamento, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 1405 en la que se pedía al Secretario General que formase un equipo de "clarificación de los hechos".

El 22 de abril, Kofi Annan presentó el equipo que estaba encabezado por el finlandés Mati Ahtisaari. El equipo se reunió en Ginebra con la intención de salir hacia Jenin el 25 de abril.

El gobierno israelí rechazó esa fecha. La salida del equipo se pospuso al 27 de abril.
El día 27, Israel presentó una nueva serie de alegaciones, entre ellas que el tema tenía que ser debatido en la reunión del Comité Ministerial de Seguridad Nacional de su gobierno que, dado que comenzaba el Sabbat, no tendría lugar hasta el 30 de abril.

El 30 de abril el Comité Ministerial para la Seguridad Nacional de Israel emitió el siguiente comunicado: "Israel ha presentado a Naciones Unidas una serie de cuestiones esenciales que requieren ser examinadas detenidamente. En tanto estas cuestiones no se hayan resuelto el equipo de clarificación de los hechos no podrá iniciar su trabajo". El 3 de mayo el equipo que nunca llegó a Jenin fue desmantelado.

Otro ejemplo más reciente es el del asesinato de la corresponsal de Al Jazeera, la periodista palestino-estadounidense Shereen Abu Akleh cuando cubría una incursión del ejército israelí en Jenin. Pese a que los testimonios de los testigos no dejaban lugar a dudas sobre cómo se produjeron los hechos, se tardó casi un año en dictaminar que el autor del disparo mortal había sido un soldado israelí y no milicianos palestinos como Israel alegaba. Para entonces el caso había dejado de ser noticia en los medios.

Un viejo y conocido truco de la manipulación informativa consiste en demorar al máximo el impacto de una noticia negativa para nuestros intereses. Y un modo de demorar ese impacto es primero negar la veracidad de la noticia y cuando eso sea imposible sembrar dudas sobre la autoría del hecho.  Así durante un tiempo la noticia por muy estremecedora que sea quedará en suspenso a la espera de un hipotético futuro dictamen que difícilmente, debido al paso del tiempo, podrá incidir en la realidad en la que los hechos sucedieron.

De modo que no soy muy optimista respecto a la eficacia de una futura comisión independiente, aunque sí creo que hay que exigirla y luchar por ella y forzar a las partes, especialmente a quien tiene poder para boicotearla, en este caso sin duda Israel, a respetar su trabajo y sus conclusiones. Pero no hay que delegar todo en ella. No existe solo la versión de Israel y la de Hamás. Están los testimonios de los supervivientes que pueden examinar los restos del proyectil y determinar si es un misil o un cohete y si la capacidad destructiva del arma empleada se corresponde con uno u otro. Y están sobre todo las circunstancias que acompañaron el ataque.

La misma tarde en la que iba a tener lugar el bombardeo del hospital en la ciudad de Gaza, el ejército israelí había lanzado varias advertencias anunciando que iban a bombardear el hospital Al-Ahli y que este debía ser evacuado inmediatamente. Los médicos y todo el personal sanitario, esos héroes silenciosos que al borde de la extenuación siguen haciendo su trabajo, intentando paliar el horror, rechazaron un ultimátum imposible de cumplir sin poner en riesgo extremo la vida de sus enfermos y sin abandonar a todas las personas que habían buscado refugio en el recinto hospitalario.  El ataque tuvo lugar a las siete de la tarde, hora de Gaza.

Quizás la amenaza que precedió al bombardeo no sea prueba suficiente, pero es un indicio bastante claro. Y es, por sí misma, un crimen.

Artículo completo en Otras miradas


Gaza vive: en esta tierra hay algo que merece vivir


Teresa Aranguren, infoLibre 11 de octubre de 2023

Gaza no siempre fue ese escenario de devastación y pobreza que desde hace décadas vemos en las noticias. A finales del XIX y en la primera mitad del siglo XX, era el lugar que  muchas familias de la burguesía palestina elegían para pasar las vacaciones de verano. Con sus magníficas playas, su clima cálido y su cercanía con Egipto, Gaza era un lugar con atractivo “turístico” antes de que el turismo deviniese fenómeno social, un lugar ideal para solaz y reposo de las clases acomodadas de una sociedad tradicional, en proceso de modernización. Hasta 1948, cuando las milicias armadas del movimiento sionista, ejército israelí a partir de la creación del Estado, llevaron a cabo la gran operación de limpieza étnica en la que cerca de un millón de palestinos fueron expulsados de su tierra. Al territorio de Gaza llegaron entonces decenas de miles de desplazados, sobre todo de la región de Yafa y de Bersheva, el primer campo de refugiados palestinos se estableció en una de sus playas. Setenta y cinco años después, ahí sigue.  En torno al 70% de la población actual de la Franja, más de dos millones de personas en un territorio de 10 kilómetros de ancho por 40 de largo, son refugiados del 48 y sus descendientes. Gaza ostenta el récord de mayor densidad demográfica del mundo, también el de un altísimo nivel de paro, supera el 40%, dos tercios de su población vive por debajo del umbral de la pobreza y precisa de la ayuda de la UNRWA, Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina, para subsistir.

Hace 16 años, Dev Weiglass, asesor del entonces Primer Ministro Ariel Sharon, dijo refiriéndose a la población de Gaza: “No les mataremos de hambre pero les vamos a someter a una dieta tan reducida que van a quedar muy delgaditos”. El cinismo de la frase resulta obsceno y no oculta la brutalidad del mensaje. El Sr Weiglass estaba anunciando el bloqueo sobre Gaza. Y la lenta agonía a la que condenaba a sus habitantes. Toda posibilidad de desarrollo económico, incluida la modesta pero exitosa industria del cultivo de flores, frutas y verduras que había sido básica para la economía de la Franja, toda iniciativa empresarial, cultural, artística, deportiva y profesional, todo proyecto vital, quedó aplastado entre los límites de un encierro inhumano.  

Gaza es una gran cárcel a cielo abierto sometida periódicamente a incursiones y bombardeos masivos del ejército israelí:  Lluvias de verano,  2006, Plomo fundido, 2008, Pilar Defensivo, 2012, Margen Protector, 2014,  son los nombres de algunas de las operaciones militares israelíes contra Gaza. En el lenguaje de la potencia ocupante –el lenguaje israelí, que suele ser el de los medios de comunicación occidentales–, son operaciones contra “los terroristas de Hamás”, en la realidad son operaciones de castigo contra la población de Gaza, bastaría ver el número de víctimas civiles, incluida la atroz cifra de niños muertos, para que ese lenguaje tramposo del ocupante dejase de ser el lenguaje habitual en nuestros medios. 
Pese a todo, en Gaza hay maestros que se empeñan en transmitir no solo conocimientos sino algo de seguridad a sus alumnos, médicos que se dejan la vida intentando curar, en medio del estruendo de las bombas, los apagones eléctricos y la carencia de medicamentos, a un enfermo de cáncer o salvar la vida del joven herido que llega desangrándose en brazos de sus amigos, en Gaza hay músicos, grupos de rap, pintores, escritores y poetas y jóvenes que  juegan al futbol o estudian ciencias empresariales soñando que algún día podrán moverse libremente por su tierra y por el mundo.  Pese todo, en Gaza hay vida. 

El horror que todos, los miembros de Hamás en primer lugar, sabemos que va a caer en las próximas semanas sobre las gentes de Gaza, cuenta con la luz verde de Estados Unidos, la impotencia del mundo árabe y la hipócrita pasividad de la Unión Europea
Hace cinco años, en la primavera de  2018, comenzaron las llamadas marchas del retorno, una iniciativa pacífica en la que miles de personas, jóvenes, ancianos, mujeres, hombres, familias enteras, se aproximaron caminando hasta la línea fronteriza con Israel, para reclamar su derecho al retorno. Desarmados y enarbolando banderas palestinas, los manifestantes llegaron a pocos metros de la alambrada que separa Gaza de la llamada tierra de nadie, una zona requisada a sus propietarios palestinos, vaciada de vegetación y edificios y convertida en franja de seguridad donde el ejército israelí patrulla y vigila todo movimiento al otro lado de la valla. Un viernes, 30 de marzo, Día de la Tierra Palestina, tuvo lugar aquella primera marcha con un aire casi festivo, como de romería; al otro lado, protegidos por un gran talud de tierra, se apostaban francotiradores del ejército israelí que dispararon contra los manifestantes, hubo 17 muertos y más de un centenar de heridos, pero las marchas del retorno se mantuvieron, cada viernes, a lo largo de todo un año. Gentes desarmadas frente a los cuerpos de élite de uno de los ejércitos más poderosos del mundo. A final de año el número de víctimas era de 312 muertos, entre ellos varios médicos, periodistas, fotógrafos, una joven enfermera que empujaba la silla de ruedas de un inválido y el inválido al que la enfermera cuidaba y 59 niños, hubo 29.000 heridos, la mayoría con graves amputaciones, entre ellos 3.565 niños, 1.168 mujeres y 104 ancianos. Todos fueron abatidos en territorio de Gaza, en tierra palestina. No hubo ningún soldado israelí herido. Tampoco hubo condena internacional o algo parecido a más una sanción contra Israel. Disparar contra civiles desarmados no es crimen de guerra si la Comunidad Internacional, ese eufemismo con el que nos referimos sin señalar a EEUU y a la UE, decide no verlo. Y no juzgarlo.

En realidad, las marchas del retorno no pretendían cruzar la valla sino aproximarse a ella y gritar al mundo "¡aquí estamos, somos los hijos y los nietos de quienes fueron expulsados de sus casas hace 70 años, no hemos olvidado, no dejaremos que nos olvidéis!". Ese mensaje tantas veces ignorado no es muy distinto al que en estos días han lanzado las milicias de Hamás con su atroz ataque en territorio israelí. El método es el opuesto pero el mensaje es similar, un amigo palestino me lo ha descrito así : “Podéis matarnos pero seguimos vivos y también podemos matar. Ese es el mensaje”.
Matar civiles siempre es un crimen y el letal ataque de Hamás en territorio israelí con más de  un millar de israelíes muertos, es sin duda una acción criminal, tan criminal como la muerte de cientos de miles de civiles en la invasión estadounidense de Irak o como los ataques que periódicamente Israel lanza sobre Gaza con utilización de armas prohibidas como las bombas de fósforo blanco que al parecer el ejército israelí está utilizando de nuevo  en sus bombardeos de respuesta al ataque de Hamás.  La diferencia es que en el primer caso hay condena internacional y castigo, en el caso de Israel y por supuesto en el de EEUU, la norma es la impunidad, la complicidad y la ceguera. El periodista israelí Gideon Levi, una de las pocas pero valiosísimas voces que en Israel denuncian la brutalidad cotidiana de la ocupación, ha tenido el coraje, y hace falta mucho coraje para decir lo que ha dicho en estos días de fuego y furia, de denunciar la ceguera de la sociedad israelí frente a las atrocidades que su ejército lleva a cabo a diario en los territorios palestinos.      
“Pensábamos que se nos permitía hacer cualquier cosa, que nunca pagaríamos un precio ni seríamos castigados por ello.  Arrestamos, matamos, maltratamos, robamos, protegemos a colonos masacradores, disparamos a personas inocentes, les arrancamos los ojos y les destrozamos la cara, los deportamos, confiscamos sus tierras, los saqueamos, los secuestramos de sus camas y llevamos a cabo una limpieza étnica...

 Pensábamos que podíamos seguir rechazando con arrogancia cualquier intento de solución política, simplemente porque no nos convenía emprenderla, y que todo seguiría así para siempre. Y una vez más resultó que no era así. Varios cientos de militantes palestinos traspasaron la valla e invadieron Israel de una manera que ningún israelí podría haber imaginado.  Unos cientos de combatientes palestinos han demostrado que es imposible encarcelar a dos millones de personas para siempre sin pagar un alto precio”. *
El precio sin embargo no sólo lo está pagando Israel, el precio en forma de bombardeos masivos y el asedio total que incluye el corte de suministro eléctrico, gas, agua, material sanitario, medicamentos y alimentos, lo paga también la población de Gaza. Y será un precio mucho más alto. El bloqueo absoluto que el ministro de Defensa israelí, Yoav Galant, anunció horas después de conocerse la dimensión del ataque de Hamás es claramente una estrategia de exterminio. El horror que todos, los miembros de Hamás en primer lugar, sabemos que va a caer en las próximas semanas sobre las gentes de Gaza, cuenta con la luz verde de Estados Unidos, la impotencia del mundo árabe y la hipócrita pasividad de la Unión Europea. La población de Gaza va a ser masacrada una vez más ante los ojos del mundo. Y no pasará nada. La atrocidad del ataque de Hamás refuerza la habitual impunidad de Israel y alienta las voces que piden o exigen la destrucción de Gaza.  
En estos días, un tertuliano muy próximo a las tesis israelíes y cuyo nombre prefiero olvidar, afirmaba con bastante contundencia que Gaza va a desaparecer; luego –quizás consciente de la brutalidad de su frase– ha matizado: "bueno, Gaza tal como la conocemos ahora va a desaparecer". Estoy casi segura de que el tertuliano cuyo nombre prefiero olvidar nunca ha estado en Gaza ni conoce a nadie ni nada de este pequeño rincón en el extremo oriental del  mediterráneo, si no, sabría o debería saber que las gentes de Gaza tienen una impresionante fortaleza, que son capaces  de resistir las calamidades de la vida sin quebrarse y que a veces hacen chistes de su desgracia y de la brutalidad de los soldados de la ocupación y suelen ser siempre amables con el forastero y hasta son capaces de reír al verse vivos después del bombardeo porque pese a todo, como dice el verso del gran poeta palestino Mahmud Darwish,

“en esta tierra hay algo que merece vivir”.