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martes, 21 de noviembre de 2023

Contra el olvido. Una memoria fotográfica de Palestina antes de la Nakba, 1889-1948


 En este video se recoge una selección de las fotos que ilustran el libro de Teresa Aranguren, Sandra Barrilaro, Johnny Mansour y Bichara Khader, prologado por Pedro Martínez Montávez, de quien extraemos las siguientes consideraciones:

Estos seres humanos que nos contemplan fijamente —más fijamente que nosotros a ellos— habitaban un país no extenso —poco más de 20.000 kilómetros cuadrados— en donde vivían —sí, "vivían", en toda la acepción del concepto— alrededor de un millón de habitantes. No menciono estas cifras aproximadas con intención cuantitativa y comparatista, sino justamente con el propósito contrario: cualitativo y fundamental. Y nos preguntamos: ¿cómo esa población, más bien limitada en número y en espacio, resultaba tan sorprendentemente variada, diversa, rica y plural en sus manifestaciones, en sus comportamientos, en sus hábitos de vida, en su vestuario, en sus costumbres, en sus múltiples maneras de existir, de sufrir y de gozar? ... ¿No merecían estas gentes seguir viviendo —eso sí, "viviendo"— como estas imágenes demuestran que vivían? Esta es quizá la pregunta principal, la más dura e incisiva, que nos hacen esos ojos que nos miran fijamente, que no dejan de mirarnos, que seguirán mirándonos hasta cuando hayamos pasado todas las páginas de este libro.

Por su parte, Teresa Aranguren aporta algunas claves para comprender la destrucción de esa Palestina en la que "vivían —sí, vivían en toda la acepción del concepto— sus habitantes" a la que se refería el profesor Montávez:

Fue a finales del siglo xix y sin que los habitantes de la zona tuvieran conocimiento de que sus vidas y su destino colectivo habían adquirido carácter problemático cuando Palestina se convirtió en «La cuestión palestina». El proyecto sionista que comenzó a gestarse en despachos y cancillerías europeas, no solo dibujaba un futuro insospechado entonces para la población árabe de Palestina sino que tenía también que desdibujar su pasado hasta convertirlo en mero preámbulo del futuro Estado judío.
Los primeros colonos del movimiento sionista llegaron a tierra palestina en la década de 1880 cuando la región aún estaba bajo dominio otomano. Se instalaron en la fértil llanura costera al norte de Yafa, en tierras adquiridas por el barón Edmond Rothschild, figura clave en la financiación y promoción del movimiento. Gran parte de esas compras se hicieron aprovechando la legislación de la tierra de 1876 que permitió a la Administración otomana y a algunos grandes terratenientes que residían en Estambul o en Beirut, hacer provechosos negocios, quedándose con las tierras de notables palestinos que no podían pagar los abusivos impuestos del Imperio para revenderlas después a los altísimos precios que Rothschild y la Palestine Jewish Colonization Asociation (pica) estaban dispuestos a pagar.
En esa época la llegada de europeos para instalarse en Tierra Santa no era un fenómeno extraño. Desde mediados de siglo grupos de devotos cristianos y judíos habían emigrado a Palestina atraídos por su reclamo religioso. Las colonias alemanas de la Sociedad de los Templarios que se establecieron en Haifa, Yafa, Jerusalén y otras localidades de la zona o la que un grupo de familias suecas y norteamericanas fundó en un hermoso edificio de Jerusalén —el actual hotel American Colony—, son algunos ejemplos de la huella que aquel flujo de piadosos emigrantes dejó en la zona.
     
Palestina no estaba ni mucho menos cerrada al contacto con los extranjeros. No era una sociedad hostil, ni religiosamente fanática, cuando los primeros colonos del movimiento sionista llegaron allá. Y contrariamente a lo que una eficaz propaganda difundió y sigue difundiendo, la tierra en la que se asentaron ni estaba vacía ni era para nada un desierto.
He aquí la descripción que dos viajeros españoles, José María Fernández Sánchez y Francisco Freire Ferreiro, hacen de la región de Yafa en 1875:

Existen extensos bosques de granados, naranjos, limoneros, manzanos, cañas de azúcar y palmeras. Sus preciosos jardines tienen gran variedad de plantas, huertos con toda clase de legumbres y hortalizas, regados todos con agua sacada de multitud de norias. La naturaleza es prodigiosa… Posee unos extraordinarios jardines que posiblemente dan las primeras naranjas del mundo… Son los mejores naranjales del mundo.

En 1891, el escritor judío ruso Asher Ginsberg, que solía firmar con el seudónimo de Ehad Ha’am, tras realizar un viaje a Palestina escribe:

Tenemos la costumbre de creer, los que vivimos fuera de Israel, que allí la tierra es ahora casi completamente desértica, árida y sin cultivar y que cualquiera que quiera adquirir tierras allí puede hacerlo sin ningún inconveniente. Pero la verdad es muy otra. En todo el país es difícil encontrar campos cultivables que no estén ya cultivados, solo los campos de arena o las montañas de piedras que no sirven para plantaciones permanecen sin cultivar.

Palestina no era un desierto esperando la llegada de colonos extranjeros que lo hicieran florecer. Como en otras regiones de la cuenca mediterránea, había zonas desérticas y zonas de cultivo, algunas muy fértiles y laboriosamente cultivadas por campesinos asentados allí desde generaciones. El desierto por lo demás sigue siendo desierto.

El 9 de diciembre de 1917, tras la rendición de las tropas turcas, el ejército británico, al mando del general Allenby, entró en Jerusalén. Palestina quedó bajo control militar británico hasta que en julio de 1922 la Sociedad de Naciones estableció el Mandato británico sobre Palestina, que incluía el compromiso de la potencia mandataria con la Declaración Balfour, es decir, con la creación de un Hogar Nacional Judío en Palestina.
 

En esa época, según el censo realizado por la Administración británica en 1921, la población de Palestina era de 762000 habitantes, de los cuales el 76,9% eran musulmanes, el 11,6% cristianos, el 10,6% judíos y el 0,9% de otras confesiones. En cuanto a la propiedad de la tierra, solo el 2,4% de la superficie total del país estaba en manos del movimiento sionista.
 

Aunque la sintonía de la Administración británica con los objetivos del sionismo era evidente, los dirigentes y en general la élite cultural de la sociedad palestina aún confiaban en poder convencer al Gobierno de Londres para que atendiese sus reclamaciones y cesase su política de colaboración con los sionistas. Se organizaron comités, comisiones y delegaciones que viajaron a Inglaterra una y otra vez para exponer sus argumentos, dar cuenta del malestar de la población y alertar de los peligros de un estallido de violencia. En carta enviada en 1921 al entonces secretario para Asuntos Coloniales, Sir Winston Churchill, la delegación árabe describía así la situación:

El grave y creciente malestar entre la población palestina proviene de su convicción absoluta de que la actual política del Gobierno británico se propone expulsarlos de su país con el fin de convertirlo en un Estado nacional para los inmigrantes judíos… La Declaración Balfour fue hecha sin consultarnos y no podemos aceptar que ella decida nuestro destino…

El estallido se produjo en agosto de 1929; tras una manifestación de judíos que culminó izando la bandera sionista en el Muro de las Lamentaciones, los musulmanes de Jerusalén se lanzaron a la calle, las protestas se extendieron a todo el territorio y degeneraron en asaltos a los barrios judíos de Hebrón, Safad, Tel Aviv… Durante los disturbios murieron 133 judíos y 116 árabes. Hubo casi mil detenidos y veintiséis (25 árabes y 1 judío) condenados a muerte.

*  *  *  *  *  *  *  * La Gran Revuelta *  *  *  *  *  *  *  *

La agitación antibritánica y antisionista alcanzaba a todos los sectores de la sociedad palestina. También las mujeres se movilizaron, el Primer Congreso de las Mujeres Árabes de Palestina tuvo lugar en 1932, y en los años siguientes delegaciones de mujeres musulmanas y cristianas se entrevistaron con las autoridades del Mandato y viajaron a Londres para presentar las demandas del movimiento nacional.
A mediados de la década de los años treinta, el clima era ya de rebelión total. En mayo de 1936, el Alto Comité Árabe que presidía Haj Amin Al Husseini lanzó un llamamiento a la desobediencia civil y convocó huelga general en todo el territorio. Comenzaba la gran revuelta palestina, la primera Intifada.
La huelga, que paralizó toda la actividad económica y comercial del país, duró seis meses. La revuelta duró tres años. La represión británica dejó un saldo brutal: más de 1000 palestinos muertos, 2500 detenidos, 54 condenados a la horca… Pero parecía que se había conseguido algún logro político. En mayo de 1939, el Gobierno británico publicó el Libro Blanco en el que anunciaba restricciones a la inmigración judía y el compromiso de conceder la independencia a Palestina en un plazo de diez años. Para el movimiento sionista, este giro de la política británica ponía en grave riesgo su proyecto de Estado judío.
 

Pese a que la inmigración y la adquisición de tierras se habían acelerado notablemente en las últimos años, los dirigentes sionistas eran muy conscientes de que no conseguirían más tierras ni su objetivo de convertirse en «mayoría» si no era por medio de la fuerza.
El director del Fondo Nacional Judio, Josef Weitz, lo expresaba claramente en 1940:

La empresa sionista ha hecho un buen trabajo con la adquisición de tierras. Pero así nunca conseguiremos contar con un Estado. El Estado se nos tiene que dar de una sola vez como la salvación —¿no es ése el secreto de la idea mesiánica?—. No existe otra forma de desplazar a los árabes, a todos los árabes. Quizás con la sola excepción de Belén, Nazaret y la ciudad vieja de Jerusalén, no debemos dejar ni un solo poblado, ni una sola tribu.

Entretanto, en Europa se libraba la guerra más atroz, e Inglaterra y los países aliados dedicaban todas sus energías a la lucha contra la Alemania nazi. El destino de la población de Palestina era la última de las preocupaciones del Gobierno británico. Las promesas reflejadas en el Libro Blanco no iban a cumplirse nunca.
Tras la presentación del Libro Blanco, que en cierta medida atendía algunas de las demandas palestinas, los sectores más extremistas del sionismo se declararon en guerra contra las autoridades del Mandato y desencadenaron una oleada de acciones terroristas.
En julio de 1946 el grupo armado sionista, Irgun Zvai Leumi, llevó a cabo la voladura del hotel King David, sede de la Administración británica, 91 funcionarios murieron en el atentado. Seis meses después Gran Bretaña renunció al Mandato sobre Palestina y delegó sus responsabilidades en Naciones Unidas.
 

En noviembre de 1947 la Asamblea General de Naciones Unidas adoptó la resolución de partición de Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío. Gran Bretaña se abstuvo en la votación. El plan otorgaba el 57% del territorio al futuro Estado judío y un 43% al Estado árabe.
La población de Palestina en ese momento era de 1972000 habitantes de los cuales 608000, una tercera parte, eran judíos. El 47,7% de las tierras eran propiedad árabe, un 6,6% propiedad judía, el 46% restante eran tierras comunales y públicas.
El Estado judío no sería posible si no se vaciaba el territorio de su población árabe. 

Jeremy Corbyn, al recibir una copia de la edición inglesa de Contra el olvido. Una memoria fotográfica de Palestina antes de la Nakba:

«No dejaré de hablar en nombre de los palestinos oprimidos y espero que publicaciones como ésta contribuyan en gran medida a promover su causa».

 

Jeremy-Corbyn-Against-Erasure-A-Photographic-Memory-of-Palestine-before-the-Nakba
Jeremy Corbyn se hace eco de la publicación en inglés por Haymarket Books de Against Erasure: A Memory Photographic of Palestine before the Nakba.
 

ÉRASE UNA VEZ PALESTINA

La periodista Francesca Gnetti se hace eco de la publicación de la edición inglesa de Contra el olvido. Una memoria fotográfica de Palestina antes de la Nakba.

C’era una volta la Palestina

Francesca Gnetti, giornalista di Internazionale

27 marzo 2024

 

Unión-de-Mujeres-Árabes-de-Ramala
Grupo de mujeres trabajando en la sede de la Unión de Mujeres Árabes de Ramala. Fotografía tomada en la década de 1930.

Sono alcune delle immagini contenute nel libro Against erasure: a photographic memory of Palestine before the Nakba, appena uscito nel Regno Unito per la casa editrice Haymarket books, dopo una prima pubblicazione in Spagna, e curato dalla fotografa Sandra Barrilaro e dalla giornalista Teresa Aranguren, entrambe spagnole, con una profonda conoscenza del conflitto israelo-palestinese. È una testimonianza visiva della società palestinese prima del 1948, quando centinaia di migliaia di persone furono costrette a lasciare le loro case e le loro terre in seguito alla creazione dello stato d’Israele, in quella che i palestinesi chiamano Nakba, catastrofe. È una società ricca, sfaccettata, moderna. Le fotografie – raccolte soprattutto dagli archivi di famiglia grazie ad anni di lavoro dello storico Johnny Mansour, che vive ad Haifa – ne mostrano tanti aspetti: il lavoro (agricoltura, pesca, artigianato), la sanità (medici e infermieri, pazienti, strutture) e la vita sociale, con persone di diverse estrazioni e provenienze ritratte in posa o nella quotidianità. Ci sono ritratti individuali e di gruppo: squadre di calcio, classi e gite scolastiche, formazioni politiche, familiari, amici e colleghi.

 

Sono gli anni tra la fine dell’impero ottomano e il dominio britannico sulla Palestina. Anni di grandi trasformazioni e turbolenze, in cui i segni della catastrofe futura erano già visibili all’orizzonte. “Lunga vita alla Palestina”, si legge su una bandiera nera issata nel bazar di Gerusalemme il 2 novembre 1917, il giorno in cui fu firmata la dichiarazione di Balfur, che prevedeva di creare una “dimora nazionale per il popolo ebraico” in Palestina all’indomani della prima guerra mondiale. Quel giorno i negozi del bazar restarono chiusi in segno di protesta, come mostra una foto in cui si vede una fila di portoni di legno sbarrati. Vent’anni dopo la popolazione palestinese insorse contro le politiche britanniche e l’aumento dell’immigrazione ebraica. La rivolta durò tre anni, dal 1936 al 1939, e fu repressa con violenza dalle truppe britanniche, come illustrano le fotografie dei soldati tra le macerie delle case fatte saltare in aria a Jaffa e degli abitanti che rovistano in cerca delle loro cose nelle cittadine di Lidda (oggi Lod) e Halhul.

Durante i ventisei anni di mandato britannico (dal 1922 al 1948), varie ondate di immigrazione ebraica trasformarono la composizione demografica della Palestina. Nel 1947 gli ebrei formavano ormai il 33 per cento della popolazione totale, anche se possedevano ancora solo il 6,6 per cento del territorio. Dopo la seconda guerra mondiale decine di migliaia di sopravvissuti all’Olocausto emigrarono in Palestina, incoraggiati da un movimento sionista sempre più forte. Nel novembre 1947 le Nazioni Unite approvarono un piano che prevedeva la divisione della Palestina in due stati, uno per la popolazione ebraica e uno per quella araba, e l’amministrazione della città di Gerusalemme da parte di un’entità internazionale speciale. In seguito le forze britanniche si ritirarono dalla Palestina e Israele dichiarò l’indipendenza il 14 maggio 1948. Così scoppiò la prima guerra arabo-israeliana, nella quale Egitto, Iraq, Giordania, Libano e Siria invasero Israele, che vinse il conflitto e conquistò il 77 per cento del territorio palestinese.

Durante la guerra e nel periodo precedente le milizie israeliane cacciarono circa 750mila palestinesi dalle loro case e ne uccisero almeno 15mila. Il libro Against erasure documenta lo spopolamento di 418 villaggi palestinesi durante la Nakba. Furono completamente distrutti o ci andarono a vivere nuovi abitanti ebrei, che cambiarono i nomi dei luoghi in quello che lo storico palestinese Saleh Abdel Jawad ha definito “sociocidio”. In una delle introduzioni al volume, Bichara Khader, esperto di mondo arabo dell’università di Louvain, in Belgio, ricorda che il termine si riferisce alla “distruzione totale dei palestinesi, non solo come entità politica o come gruppo politico nazionale, ma come persone”, accompagnata da un “memoricidio”, la cancellazione della memoria individuale e collettiva.

Una memoria che invece è riaffermata e valorizzata nelle pagine del libro, fotografia dopo fotografia. Per ricordare, come commenta lo scrittore, poeta e attivista palestinese Mohammed el Kurd nella prefazione, che “la storia della Palestina non è cominciata con la fuga”. E anche per sfidare la narrazione dominante e il “brutale revisionismo” che ha raccontato la Palestina come una terra “senza popolo” o con abitanti privi di radici, nomadi e sottosviluppati. E soprattutto, conclude El Kurd, per “fermare la mistificazione della Nakba architettata dal punto di vista culturale e politico che, per generazioni, ha fatto sembrare il suo annullamento talmente remoto da essere impossibile”.

Il libro mostra anche immagini della Nakba: gli antichi palazzi della città vecchia di Haifa demoliti dalle truppe israeliane; alcune ragazze che trasportano pochi averi sulle carrozzine mentre lasciano Jaffa; una lunga colonna di camion pieni di profughi che da Gaza si dirigono verso Hebron; folle che dalla spiaggia di Gaza cercano di salire a bordo di piccole barche che stanno per salpare verso il Libano e l’Egitto. E poi si vedono i primi campi profughi: Nahr el Bared, nel nord del Libano; Aida, vicino Betlemme; Qalandia, tra Gerusalemme e Ramallah, dove all’inizio degli anni cinquanta alcune ragazze giocano a basket con un canestro improvvisato in un terreno ancora incolto e disabitato.

Forse, come molte persone della loro generazione, pensavano che l’esilio sarebbe stato temporaneo, che il diritto al ritorno nelle loro case e nelle loro terre, riconosciuto anche dalla risoluzione 194 approvata dall’assemblea generale dell’Onu nel dicembre 1948, sarebbe stato garantito. Invece ora, 76 anni dopo, si rischia una nuova Nakba nella Striscia di Gaza, dove più di 32mila persone sono state uccise e più di un milione sono state costrette a lasciare le loro case dopo l’inizio dell’operazione militare israeliana in risposta all’attacco di Hamas nel suo territorio il 7 ottobre 2023. E aumentano le violenze dei coloni e dell’esercito israeliano in Cisgiordania, dove negli ultimi mesi sono stati uccisi più di quattrocento palestinesi.

Di fronte a queste nuove atrocità è bello immergersi nelle immagini di una Palestina senza muri di separazione, senza insediamenti illegali, senza checkpoint. Una Palestina dove tutti i suoi abitanti erano liberi di muoversi, studiare, lavorare e amare. Tre immagini raccolte nel volume mostrano i passaporti appartenenti agli Al Farra, una famiglia cristiana di Haifa che amava molto viaggiare. Durante l’assedio e il bombardamento della città, nell’aprile del 1948, gli Al Farra cercarono rifugio nella loro casa di campagna sul monte Carmelo. Una foto li ritrae intorno a un tavolo sotto agli ulivi. Rimasero lì per due anni e poi tornarono ad Haifa, dove trovarono la loro casa occupata da una famiglia ebrea. I documenti furono emessi nel 1944 sotto il mandato britannico. C’è scritto “Passaporto di Palestina” in inglese, arabo ed ebraico.

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