LA HISTORIA DEL ÚLTIMO DÁTIL EN GAZA
Asem Alnabih | La Intifada Electrónica | 12 de agosto de 2025
El dátil pasó de un miembro de la familia del autor a otro.
Es sólo un dátil. Un simple trozo de fruta seca de cuatro centímetros. Pero aquí en Gaza, donde nada es fácil y todo tiene un significado, incluso un dátil se convierte en un símbolo de resistencia, sacrificio y amor.
Guardé este dátil durante seis meses. Lo había encontrado y guardado para lo que imaginaba que serían los días más oscuros: los días en los que la comida desaparecería de los estantes, en los que el hambre envolvería nuestras vidas, en los que compartir incluso una migaja se convertiría en un acto de resistencia.
Esos días son ahora
Como a muchos gazatíes, me encantan los dátiles. A mi madre también le encantan. Hace unas semanas, decidí que había llegado el momento de desprenderme de mi pequeño tesoro. Le di el dátil a mi madre. A la mañana siguiente, se lo dio a mi hermana menor, Nesma. Y luego Nesma se lo dio a nuestro sobrino Mo'men, de 2 años.
Un silencioso acto de amor
Ese único dátil, que pasó de mano en mano, se convirtió en un silencioso acto de amor en un mundo que se derrumbaba a nuestro alrededor.
Por eso, cuando mi madre le dio el dátil a Nesma, no se trataba sólo de comida. Era un gesto de confianza y esperanza: Esto es para ti, hija mía. Tú lo necesitas más que yo.
Y Nesma, a su vez, eligió dárselo a Mo'men. Nació apenas dos meses antes de que empezara la guerra y crecerá sin su padre, Moataz Rajab, asesinado durante el genocidio.
Moataz era un hombre amable y educado que obtuvo su título de posgrado en economía justo una semana antes de la guerra.
Mo'men nunca recordará la voz de su padre. Pero, en ese momento, recibió un dátil. Y con él, recibió una historia que volverá a escuchar años después.
Quiénes somos
Nadie en mi familia quería comerse el último dátil y negarle a otro su dulzura. Así somos en Gaza, no sólo supervivientes, sino donadores. Damos incluso lo poco que nos queda. No porque seamos santos, sino porque el amor y la dignidad son lo único a lo que podemos aferrarnos cuando todo lo demás nos ha sido arrebatado.
La guerra puede revelar lo peor de las personas. Aquí, en Gaza, también saca lo mejor. Nuestras calles están llenas de dolor y escombros, pero también de bondad. Pequeños gestos como pasar un dátil dicen mucho de lo que somos.
Algunos dirán que es solo un dátil. Pero yo veo en él toda la historia de Gaza: privación y generosidad, desesperación y desafío, los estrechos lazos de la familia y la negación a rendirse a la crueldad. Este dátil, guardado y compartido, es un pequeño acto de rebelión frente a un sistema que intenta despojarnos de todo, incluso del derecho a alimentar a nuestros hijos.
En Gaza hemos redefinido la riqueza. La riqueza no es lo que atesoras, sino lo que regalas, y se mide por la fuerza de los lazos que mantienen unidas a familias y vecinos. En un mundo que intenta reducirnos a estadísticas, nos hemos convertido en narradores. Un solo dátil lleva la historia del amor de una familia, la supervivencia de un niño, la ausencia de un padre y la negativa de un pueblo a dejar de ser humano.
La gente nos pregunta cómo sobrevivimos. Cómo seguimos adelante cuando las bombas siguen cayendo, cuando el hambre roe a nuestros hijos, cuando no hay certeza de que viviremos para ver el próximo amanecer. Mi respuesta es: sobrevivimos los unos por los otros. Sobrevivimos porque en Gaza nadie quiere comerse el último dátil. Y sobrevivimos porque todos soñamos con que pronto llegue un día de libertad y abundancia de dátiles.
El dátil ya no está, se lo ha comido un niño demasiado pequeño para saber lo que significa. Pero el acto permanece, como las ondas de un guijarro arrojado al agua. Es en estas ondas, en las historias que contamos, en la forma en que nos negamos a olvidar, donde Gaza sigue viva.
Asem Alnabih es ingeniero e investigador de doctorado residente en la ciudad de Gaza. Es portavoz del Ayuntamiento de Gaza y ha escrito para muchas plataformas tanto en árabe como en inglés.
Fuente: The Electronic Intifada