Elias Sanbar

                                                       DE LA SHOAH A LA NAKBA
Elias Sanbar: Podemos hablar ahora de la guerra de 1947-48. Digo 1947-48, ya que, en realidad, y contra la opinión más extendida, hubo dos guerras, no solamente una. La de 1948, que consagró la proclamación del Estado de Israel y la desaparición de Palestina, enfrentó, a partir del 15 de mayo de 1948, a las fuerzas de Ben Gurion con los ejércitos regulares árabes. A esta le precedió, entre el plan de división de noviembre de 1947 y el 14 de mayo de 1948, una primera guerra que se saldó con la expulsión, la Nakba, el desastre de la desaparición de los palestinos de sus tierras seculares y la anexión de Cisjordania a lo que sería el reino de Jordania y de la franja de Gaza a Egipto.
Sobre esta guerra escamoteada —algo que permitía silenciar la expulsión de los míos, que ligada a la segunda guerra se convertía en un simple accidente, consecuencia de la entrada de los ejércitos árabes en el campo de batalla— es sobre lo que convendría que hablásemos, ya que marca el inicio del exilio palestino. Empezó al día siguiente de la aprobación de la propuesta de división de la onu, el 29 de noviembre de 1947.
Sin necesidad de volver sobre las etapas y fases de esta primera guerra, o de retomar el interminable debate acerca de la afirmación israelí de que el pueblo palestino se fue por voluntad propia en 1948 siguiendo, concretamente, el llamamiento de los jefes y reyes árabes, un debate ya relativamente cerrado después de que a la multitud de estudios y testimonios palestinos existentes se les hayan añadido los trabajos de los llamados «nuevos historiadores israelíes», me gustaría partir de lo que creo que ha sido la consecuencia fundamental de aquellos años y que puede enunciarse con unas pocas y terribles palabras: la víspera del 15 de mayo de 1948, fecha del inicio de la segunda guerra de Palestina y primera guerra árabe-israelí, no quedaban ya prácticamente palestinos en Palestina. Las cifras hablan por sí solas. De 1400000 palestinos que poblaban Palestina, unos 840000 eran ya refugiados, otros 450000 se encontraban con sus «cuerpos, bienes y territorios» —Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza—, separados de Palestina y, finalmente, otros 110000 que se libraron de la expulsión, se despertaron en Israel sin haberse literalmente movido de casa…
Todo esto es para decir que la aparición de Israel vino acompañada de la desaparición de Palestina. Ahí está la diferencia radical entre la Nakba de 1948 y la ocupación, «más clásica», por así decir, de los Territorios Palestinos, en junio de 1967. Los palestinos de «los territorios» son «ocupados», mientras que las víctimas de la expulsión eran desaparecidos que se negará que hayan existido nunca, a los que se les va a discutir hasta el nombre de palestinos y a los que se intentará encerrar en un territorio aterrador: la ausencia. La suerte que entonces se deparó a los míos explica, a contrario, la especificidad absoluta de la conquista de Palestina en la primera mitad del siglo xx.
A diferencia de los pueblos autóctonos de otras colonias, los palestinos estaban destinados a convertirse en ausentes. Así pues, esos ausentes vivirían la pérdida de su país como una disolución. A partir de entonces la realidad palestina se diversificó. Rota en mil pedazos, la sociedad iba a conocer experiencias radicalmente diferentes: la desaparición de los refugiados, la ocupación clásica de las poblaciones de Cisjordania y Gaza y la ciudadanía de segunda para los que se quedaron en lo que sería Israel. Esas realidades dieron lugar a distintas percepciones de las nociones del tiempo la existencia y el territorio.


[ELIAS SANBAR & STÉPHANE HESSEL. El superviviente y el exiliado. Madrid, ediciones del oriente y del mediterráneo, 2013]

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