Recomendamos este documental de la periodista, documentalista y artista estadounidense Abby Martin, rodado antes de la actual destrucción de Gaza y operación de expulsión y exterminio contra su población.
Vídeos subtitulados sobre Palestina
Documentos sobre Palestina - Textos de Vittorio Arrigoni, Aicha Auda, Mustafá Barghouthi, Murid Barguti, Rachel Corrie, Mahmud Darwish, Luz Gómez, Jamil Hilal, Haneen Maikey, Ruz Shumali Mesleh, Edward W. Said, Elias Sanbar... Información y solidaridad con Palestina.
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Entre los escritores y políticos que han manifestado su apoyo al movimiento BDS de Boicot, Desinversiones y Sanciones al Estado de Israel sobresale la filósofa estadounidense de origen judío Judith Butler, de la que recogemos algunos fragmentos de su intervención con Murid Barghouti en el Brooklyn College, conferencia que provocó una gran polémica en los medios universitarios norteamericanos debido a las presiones del lobby proisraelí para que se suspendiera.
Entonces comencé a tomar conciencia y poco a poco me fui convenciendo de que la fundación de Israel se basaba en un crimen contra los palestinos. Después siguieron otros crímenes. La opresión de los
palestinos —que perdieron sus tierras, cuya vida cotidiana se ve perturbada por la ocupación, que siguen viviendo hoy en un estado de depresión permanente— es algo de lo que debemos ocuparnos.
La opresión existe en todo el mundo,
pero hay cierto número de cosas que hacen
que el conflicto israelo-palestino sea especial. En
primer lugar, Israel se presenta ante el mundo como una
democracia, un país similar a cualquier otro Estado
occidental, cuando de hecho está cometiendo crímenes contra
la humanidad. Ha creado un Estado que está dividido
según criterios raciales, como el régimen del
apartheid en Sudáfrica. Europa y los Estados Unidos lo
sostienen en el plano militar y financiero. Hay por tanto una
enorme hipocresía: ayudamos a un país que dice
ser una democracia, le apoyamos de todas las maneras
posibles, y eso que está implicado en crímenes contra la
humanidad. ...
La Ley del Retorno israelí se extiende a todos los judíos que viven en la diáspora, lo que significa que si no fuera por mis ideas políticas también yo sería candidata a convertirme en ciudadana de ese Estado. En paralelo, a los palestinos que solicitan el derecho al retorno se les niega. Quienes sostienen que es porque debe preservarse «la superioridad demográfica judía» tienen que preguntarse si eso no es incompatible con los principios democráticos. Si la respuesta es que «los judíos solo estarán seguros si conservan su condición de mayoría», habrá que recordarles que un Estado que se afana por mantener dentro de sus fronteras a un grupo en permanente situación de minoría privada de derechos, que rechaza ofrecer una reparación o el retorno a la población expulsada de sus tierras y hogares, que subyuga a más de 4 millones de personas bajo ocupación sin derecho a desplazarse ni garantías legales ni autodeterminación política, y que a otros 1,6 millones les somete a estado de sitio en Gaza, bajo racionamiento, administrando el desempleo, bloqueando los materiales de construcción para reconstruir las viviendas y las instituciones bombardeadas, aumentando su vulnerabilidad con bombardeos indiscriminados que ocasionan daños y muerte generalizados, habrá que recordarles que cualquier Estado que actúe así engendra un movimiento de rechazo.
Otra de las objeciones que se nos ha planteado es que con el BDS viene un segundo holocausto. Hay que tener mucho cuidado a la hora de usar así el Holocausto, porque convertir el término en un arma para estigmatizar la disidencia política deshonra la memoria de más de 6 millones de judíos y otros 4 millones de gitanos, homosexuales, personas discapacitadas, comunistas y enfermos físicos y mentales masacrados. Judíos o no, debemos mantener intacta y viva esa memoria histórica, y rechazar tanto el revisionismo como que se explote políticamente. No se puede explotar ni reavivar el trauma de las atrocidades de Hitler para acusar y silenciar a quienes sostienen opiniones políticas diferentes, incluyendo las críticas legítimas al Estado de Israel. Tales prácticas no solo instrumentalizan y degradan la memoria del genocidio nazi, sino que contribuyen a que se generalice cierto cinismo cuando surgen acusaciones de antisemitismo y posibles premoniciones de un nuevo genocidio.
Después de todo, cuando estas expresiones se intercambian como munición de guerra, se convierten en toscos instrumentos de censura y autolegitimación y dejan de dar nombre y aludir a la terrible realidad política que las dotó de significado. Cuanto más se explotan tácticamente tales acusaciones e invocaciones, más escéptica y cínica se vuelve la opinión pública sobre su verdadero uso y significado. Hacerlo implica violar ese episodio de la historia, insultar a la generación de supervivientes y volver a poner en circulación con hipócrita vehemencia un asunto traumático —en una especie de frenesí sádico, para decirlo sin rodeos— con el único fin de defender y legitimar el régimen de un Estado altamente militarizado y represivo. Sobre el uso del Holocausto para legitimar el carácter destructivo y militar israelí, Primo Levi escribió en 1982: «Niego toda validez a esa defensa».
La conferencia se recoge en el libro BDS por Palestina (págs. 231-247).
El movimiento BDS de Boicot, Desinversiones y Sanciones al Estado de Israel existe desde el 9 de julio de 2005, a raíz de un llamamiento de 170 ONGs palestinas.
Para comprender la verdadera naturaleza del movimiento, citamos el artículo de Stéphane Hessel "Los ciudadanos deben responder allí donde los gobiernos han fracasado", recogido en el libro BDS por Palestina. Stéphane Hessel es el autor de origen judío de ¡Indignaos!, superviviente de los campos de exterminio nazis de Buchenwald y Dora-Mittelbau, experiencia que relata en el libro de conversaciones con el autor palestino Elias Sanbar El superviviente y el exiliado.
La ausencia de una actuación decidida por parte de los Gobiernos para que Israel responda ante el de-recho internacional marca el camino a los ciudadanos concienciados: son ellos quienes deben asumir esa responsabilidad, como se hizo contra la Sudáfrica del apartheid. Iniciativas no violentas impulsadas por los ciudadanos, simbolizadas por la Flotilla y por varias campañas de boicot y desinversiones en todo el mundo, ofrecen el modo más prometedor de superar el fracaso de los Gobiernos del mundo a la hora de hacer frente a la intransigencia y la ilegalidad de Israel. Al atacar flagrantemente los barcos de ayuda, Israel, sin querer, ha originado una concienciación sin precedentes y ha provocado la condena no solo de su mortífero asedio de Gaza, sino de forma más general de sus prácticas de ocupación de los territorios palestinos, de la negación de los derechos de los refugiados palestinos y de sus políticas de apartheid hacia los ciudadanos autóctonos «no judíos» de Israel.
La Flotilla de la Libertad recuerda el tipo de iniciativas de la sociedad civil que puso fin a las leyes de segregación en EE. UU. y el apartheid en Sudáfrica, una analogía imposible de ignorar. Igual que hizo en su día el régimen del apartheid en Sudáfrica, la reacción de Israel ha sido etiquetar este acto no violento de «provocación internacional». Como en el caso de Sudáfrica, el llamamiento de 2005 a la solidaridad internacional en forma de boicot, desinversiones y sanciones (BDS) procede de una abrumadora mayoría de sindicatos y organizaciones de la sociedad civil palestina y está siendo acogido por ciudadanos concienciados y movimientos sociales de todo el mundo. La iniciativa BDS llama al aislamiento eficaz de Israel, de sus negocios cómplices, de sus instituciones académicas y culturales así como de las empresas que se beneficien de sus violaciones de los derechos humanos y de sus políticas ilegales mientras estas políticas continúen.
Creo que la iniciativa BDS es una estrategia moral que ha demostrado su potencial de éxito. Muy recientemente el Deutsche Bank se ha convertido en la última de varias instituciones financieras e importantes fondos de pensiones que han retirado sus inversiones del fabricante de armas israelí Elbit Systems. La semana pasada dos importantes cadenas de supermercados italianos anunciaron un boicot de productos procedentes de los asentamientos ilegales israelíes. El mes pasado los artistas Elvis Costello y Gil Scott-Heron cancelaron sus actuaciones en Israel. Los universitarios de buena parte del mundo, en una actuación que recuerda la lucha popular antiapartheid en Sudáfrica, han emprendido activos llamamientos a las administraciones de sus universidades para que adopten políticas de desinversión.
Apoyo las sinceras palabras del escritor escocés Iain Banks, quien ante el salvaje ataque de Israel a la Flotilla de la Libertad sugirió que el mejor modo de que los artistas internacionales, escritores y académicos «convenzan a Israel de su degradación y aislamiento moral» es «simplemente no tener nada que ver con este Gobierno criminal».
Entrevistamos a Judith Butler, una de las muchas personas, escritor@s y artistas judí@s y american@s, que han firmado una carta abierta al Presidente Biden en la que exigen un alto el fuego inmediato en Gaza. “Tod@s deberíamos protestar y exigir el fin del genocidio”, dice Butler respecto al ataque israelí. “Mientras Palestina no sea libre… seguiremos siendo testigos de la violencia. Seguiremos presenciando cómo la violencia estructural continúa generando este tipo de resistencia”. Butler es autora de muchos libros, entre ellos The Force of Nonviolence: An Ethico-Political Bind (La fuerza de la no-violencia: la ética en la política) y Parting Ways: Jewishness and the Critique of Zionism (Caminos que se separan: el judaísmo y la crítica del sionismo). Es asesora de Voz Judía por la Paz.
AMY GOODMAN: Estamos en Democracy Now!, democracynow.org, Informe sobre la guerra y la paz. Yo soy Amy Goodman, con Nermeen Shaikh.
NERMEEN SHAIKH: Continuamos nuestra conversación sobre el bombardeo de Gaza. A ella se ha incorporado la filósofa y experta en temas de género Judith Butler, firmante con much@s autor@s y artistas de la carta abierta al Presidente Biden reclamando un alto el fuego inmediato. Butler es autora de muchos libros, entre ellos The Force of Nonviolence: An Ethico-Political Bind (La fuerza de la no-violencia: la ética en la política) y Parting Ways: Jewishness and the Critique of Zionism (Caminos que se separan: el judaísmo y la crítica del sionismo). Su reciente escrito publicado por London Review of Books se titula “The Compass of Mourning” (“El perímetro del luto”). Judith Butler se une a nuestra conversación desde París. Es catedrática de la universidad de California en Berkeley y ocupa la cátedra Hannah Arendt en la European Graduate School. Es asesora de Voz Judía por la Paz.
Bienvenida a Democracy Now!, profesora Butler. Acabamos de hablar con la Dra. Ashrawi, quien ha dicho, cito sus palabras, “que a los palestinos se les ha negado el reconocimiento y sus derechos”. Vd. ha escrito copiosamente sobre la manera en que vidas diferentes se valoran de modo diferente.
JUDITH BUTLER: Sí. Permítame decir simplemente que quienes han sido entrevistados en Palestina para esta conversación han utilizado la palabra “genocidio”. Creo que es preciso que nos tomemos esta palabra muy seriamente, pues describe la situación en la que una población ha sido convertida en un blanco —no sólo militarmente, sino también civilmente— y bombardeada, descoyuntada por la fuerza, y existen planes para la reubicación de toda esa población e incluso para el derribo completo de los pueblos y de las ciudades de Gaza. Como Vd. sabe, existen agrupaciones de juristas, como el Centro de Derechos Constitucionales, que ha publicado un estudio de 40 páginas dedicado a explicar por qué es correcto llamar genocidio a lo que les está sucediendo ahora a los palestinos. Otros grupos estudian la legislación internacional para demostrar que un genocidio no siempre se parece a lo que hizo el régimen nazi y puede socavar sistemáticamente las posibilidades de vida, salud, bienestar y la capacidad para sobrevivir. Esto es exactamente lo que está sucediendo.
Los motivos por los que la mayor parte de los medios de comunicación estadounidenses y el propio gobierno de los Estados Unidos han decidido ser cómplices de los crímenes genocidas constituyen una enorme pregunta abierta. Y es un hecho alarmante. Hanan Ashrawi tiene razón cuando dice que no se limitan a dar su apoyo ideológico para justificar la violencia genocida israelí. De hecho, están dando armas, apoyo y consejo para llevar a efecto este conjunto de políticas genocidas.
Desde mi punto de vista, los palestinos han sido etiquetados como personas cuya pérdida no puede ser llorada. Esto equivale a decir que no son un grupo de personas cuyas vidas se estime que tengan valor, o que puedan persistir y prosperar en este mundo. Si pierden la vida, dicha pérdida no se considera una pérdida verdadera, porque no sólo son algo menos que humanos, sino que constituyen una amenaza para la idea de lo humano que defiende la política sionista, que comparten Israel, los Estados Unidos y muchos poderes occidentales.
De modo que una vez que vemos que estas caricaturas se apoderan del discurso público —diciendo que todos los palestinos son Hamás, o que Hamás es terrorismo y no una lucha de resistencia armada, o que la violencia israelí está moralmente justificada pero la violencia palestina es barbarie—, ¿por qué no habría de justificarse moralmente el bombardeo de personas en sus hogares y en sus hospitales y en sus escuelas, o cuando están huyendo, de acuerdo con las directrices israelíes, no es barbarie eso? A lo que me refiero es a que lo que vemos no es la muerte de civiles palestinos como bajas en una guerra, una especie de daño colateral. Estos civiles son un objetivo, un blanco. Y elegir como objetivo a civiles que pertenecen a un grupo específico, a un grupo étnico, racializado, constituye una práctica genocida. Es eso lo que estamos viendo.
Así que deberíamos levantarnos todos para oponernos, para exigir el fin del genocidio. Es verdad que he firmado varias peticiones, y una de ellas demanda un alto el fuego inmediato. Esto es lo mínimo que se puede exigir. Pero la verdad es que la violencia que estamos viendo se corresponde con una violencia que viene durando mucho tiempo, una violencia de 75 años, que se ha caracterizado por la dislocación sistemática, por el asesinato, el encarcelamiento, la detención, la tierra arrebatada, las vidas destrozadas. En realidad, hace falta una solución política mucho más plena para la situación actual. Mientras Palestina no sea libre y a los palestinos no les sea posible vivir como ciudadanos y poder actuar políticamente en un mundo al que puedan contribuir, en el que puedan gobernarse y formar parte de una democracia, continuaremos viendo violencia. Seguiremos viendo la violencia estructural que produce este tipo de resistencia. Así que espero que…
AMY GOODMAN: Judith Butler…
JUDITH BUTLER: …finalmente no nos limitemos a poner una tirita.
AMY GOODMAN: El político israelí Moshe Feiglin ha llamado a reproducir un Dresde en Gaza, refiriéndose a la segunda guerra mundial y al bombardeo de Dresde, en el que murieron en torno a 25.000 personas.
JUDITH BUTLER: Sí.
AMY GOODMAN: Una tormenta de fuego sobre toda la franja de Gaza. Cuando en una entrevista se le preguntó a Naftali Bennett, el primer ministro anterior, sobre el asesinato de más de 1.400 personas civiles israelíes el 7 de octubre, contestó: “¿Está Vd. hablando seriamente de civiles palestinos?” Sólo tenemos 45 segundos para su respuesta.
JUDITH BUTLER: Creo que uno de los problemas es que a los civiles palestinos no se les reconoce como tales. Es decir, cuando se ha conseguido, retóricamente y a través de los medios, la identificación de Palestina con el terrorismo, a todos los palestinos como terroristas, a los que se identifica con la barbarie y con la animalidad, entonces no existen los civiles en el imaginario de aquellos que están ejerciendo violencia sobre ellos.
AMY GOODMAN: Queremos agradecerle…
JUDITH BUTLER: Y eso es falso y hay que oponerse a ello. Gracias.
AMY GOODMAN: Queremos agradecerle su presencia aquí. Continuaremos con la segunda parte de nuestra conversación y la publicaremos en democracynow.org. Judith Butler es filósofa, comentarista política y especialista en estudios de género, catedrática en la Graduate School de la universidad de California en Berkeley, ocupa la cátedra Hanna Arendt en la European Graduate School y es asesora de Voz Judía por la Paz.
Aquí termina nuestro programa. Yo soy Amy Goodman, con Nermeen Shaikh en una nueva edición de Democracy Now!
Traducción de Esteban Pujals Gesalí.
Esta entrevista fue publicada en Democracy Now! el 26 de octubre de 2023.
Judith Butler sobre Hamas, el castigo colectivo en Gaza y por qué debe Biden presionar para que haya un alto el fuego
II parte de la entrevista de Democracy Now! a Judith Butler.
AMY GOODMAN: Somos Democracy Now!, democracynow.org, El informe sobre la guerra y la paz. Y yo soy Amy Goodman y hago la entrevista junto a Nermeen Shaikh.
Continuamos con la segunda parte de nuestra conversación con Judith Butler, filósofa y especialista en estudios de género. Ella es una de las docenas de artistas y escritores judíos q hace poco firmaron una carta abierta dirigida al presidente Biden en la que solicitaban un alto el fuego inmediato. Otras personas que firmaron la carta son V, antes llamada Eve Ensler, Masha Gessen y el dramaturgo Tony Kushner.
NERMEEN SHAIKH: Judith Butler es autora de numerosos libros, entre los que se encuentran La fuerza de la no violencia: La Ética en lo Político y Caminos separados: el judaísmo y la crítica al sionismo. Su reciente artículo para la revista London Review of Books se titula “Los alcances del duelo”. Judith Butler se nos une hoy desde Paris. Es catedrática en la Graduate School de la universidad de California en Berkeley y ocupa la cátedra Hannah Arendt en la European Graduate School. También es asesora de Voz Judía por la Paz.
Bienvenida a Democracy Now!, profesora Butler. Me gustaría, antes que nada, preguntarle por la carta abierta que usted firmó, junto a otros especialistas y escritores judíos, instando al Presidente Biden a que apoyara un alto el fuego en Gaza. Voy a citar un párrafo de dicha carta que dice: “Condenamos los ataques contra la población civil israelí y palestina. Pensamos que es posible y, de hecho, es necesario condenar las acciones de Hamas y reconocer la opresión histórica e incesante contra los palestinos. Creemos que es posible y realmente necesario condenar el ataque de Hamas y pronunciarse contra el castigo colectivo a la población gazatí que se está llevando a cabo e incrementando mientras escribimos esta carta”. Así que, profesora Butler, ¿podría hablarnos de este tema? Me refiero, por supuesto, a por qué resulta tan evidente que se puede condenar lo que hizo Hamas y, a la vez, oponerse al incesante y brutal ataque contra Gaza.
JUDITH BUTLER: A mí me parece que uno puede y debe oponerse a las matanzas de la población civil. Y que esto es un precepto ético básico de la guerra. Y, por tanto, parece lógico decir que nos oponemos a la matanza de civiles de los dos lados. Me parece que lo que resulta problemático es la frecuencia con la que mucha gente que se considera sionista dice que los ataques de Hamas justifican la respuesta que ahora se está dando por parte del ejército israelí. Resulta sencillo darse cuenta de que la fuerza militar entre palestinos e israelíes es totalmente asimétrica. Y en el presente conflicto las dos partes no tienen el mismo grado de culpabilidad. Debemos entender la historia de violencia que se está infligiendo contra los palestinos, Gaza incluida, y yo añadiría, como parte de esa violencia, el privar a la gente de agua potable, de asistencia médica, de comida y de electricidad. Por decirlo de otra manera, las condiciones mismas que hacen posible poder vivir están siendo atacadas sistemáticamente.
Creo que no puedo hablar por todas las personas que firmaron la carta. Pero, como personas judías, decimos: “No en nuestro nombre”. Es decir que lo que el estado de Israel está haciendo, lo que el ejercito israelí está haciendo no nos representa. No representa nuestros valores. Y porque, tal y como he dicho, creo que a lo que estamos asistiendo es a la implementación de un plan genocida, según la definición legal internacional de genocidio, y como judíos resulta imperativo, desde un punto de vista ético y político, atrevernos a hablar contra el genocidio. De la misma forma que también debemos atrevernos a hablar en contra de la producción de un nuevo tipo de refugiados o la intensificación del estatus de refugiados de tantos palestinos que, en algunos casos, han sido población refugiada desde 1948. Sus familiares lo han sido. Creo que este es el pensamiento básico que subyace detrás de esa petición.
AMY GOODMAN: Profesora Butler, quisiera referirme a John Kirby, el portavoz del Consejo Nacional de Seguridad [de la Administración Biden], que habló esta semana en una rueda de prensa en la Casa Blanca.
JOHN KIRBY: Estamos en guerra. Estamos combatiendo. Eso implica derramamiento de sangre, algo repugnante y va ser complicado. Y se va a hacer daño a civiles inocentes en nuestro avance. Ojalá pudiera decirles algo diferente. Ojalá no fuera a suceder. Pero sucederá.
AMY GOODMAN: Así que eso es lo que va a ocurrir, que habrá matanzas de la población civil. Si pudiera usted, Judith, responder también como profesora judía a los miembros del gobierno israelí que, como Naftali Bennett, han dicho, “¿Estáis hablando en serio acerca la población civil palestina?”, como si el hablar de nuestra preocupación por los palestinos fuera equivalente a minimizar lo que ocurrió el 7 de octubre, la matanza de 1.400 judíos, un asesinato en masa, la peor matanza de judíos desde el Holocausto.
JUDITH BUTLER: Cuando el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional afirma que se debe a la mala suerte que la población civil pierda la vida en Gaza, y que ojalá ese no fuera el caso, lo que está haciendo es mentir. Se está poniendo en el punto de mira a la población civil. Y creo que una de las cosas que podemos decir, que está ocurriendo ahora mismo y lleva ocurriendo desde hace cierto tiempo, es que el Estado israelí afirma que todos esos blancos civiles a los que golpea son escudos humanos de las instalaciones militares. Vaya, esa es una explicación muy conveniente, pero no explica por qué se bombardean las casas, y por qué se está seleccionando como blanco y bombardeando a la población que huye del norte al sur. Así que eso es hablar con mala fe, en el mejor de los casos, y una mentira brutal, si queremos hablar con honestidad.
También creo que, por desgracia, hay algunos grupos judíos y grupos sionistas que, solo o principalmente, se preocupan por la vida judía, y su postura es que la destrucción de la vida judía es lo peor que podría suceder en el mundo. Y eso sería algo absolutamente terrible. Pero la vida judía no es más valiosa que la vida palestina. Y creo que se puede encontrar a una serie de personas que opina lo mismo en abstracto, pero que justifican el que los palestinos en masa sean el blanco y la campaña de asesinatos contra Gaza porque ninguna cantidad de violencia puede compensar su sentimiento de agravio.
Me gustaría añadir que es dificilísimo encontrar una prensa y unos medios que ofrezcan información gráfica y descripciones detalladas del sufrimiento que está padeciendo Gaza. Recogemos mucha más información en, por ejemplo, The New York Times sobre las vidas israelíes y sobre lo mucho que han tenido que soportar. Pero nunca se cubre igual la información de lo que está pasando en Palestina. A veces nos dan cifras. Y, tal y como hemos visto, esas cifras pueden ser cuestionadas incluso por Biden, incluso aunque dicha información provenga de organismos de la ONU o de organizaciones respetables que trabajan sobre el terreno. Así que existe una gran cantidad de formas de minimizar y de desrealizar lo que está sucediendo, es decir, de hacer que las muertes palestinas parezcan falsas o ilusorias. Y creo que nuestro trabajo como profesores, periodistas o personas activistas debe ser sacar a la luz lo que está pasando y hacer que esas vidas y esas muertes tengan sentido para el gran público en general.
NERMEEN SHAIKH: Profesora Butler, me gustaría preguntarle por su propio trabajo. Usted ha escrito extensamente sobre la pregunta de por qué ciertas vidas tienen más valor que otras. Si pudiera comentarnos específicamente cómo eso queda reflejado, no solo en las palabras de John Kirby que acabamos de escuchar sino también en la cobertura de los medios, la cobertura de los medios más leídos y escuchados sobre la guerra aquí, en los Estados Unidos. Voy a citar su libro del año 2009, Marcos de guerra. Las vidas lloradas: “Cuando tomamos nuestro horror moral como señal de nuestra humanidad, fallamos al no darnos cuenta de que la humanidad está, de hecho, implícitamente dividida entre aquellos por los que sentimos una preocupación no razonada y apremiante y aquellos cuyas vidas y muertes sencillamente no nos afectan, o ni siquiera pensamos en ellas como vidas”. Así que, ¿podría comentarnos como se manifiesta esto, en particular, tal y como antes nos habló de The New York Times y de los medios estadounidenses? Y en este momento en que usted se encuentra en Paris, ¿podría, quizás, abordar cómo se refleja esto en los medios europeos?
JUDITH BUTLER: Bueno, en primer lugar, voy a exponer lo que considero una verdad evidente, el hecho de que el marco colonial del colonizador de Israel que ocupa Palestina es racista, y a los palestinos se les representa como algo menos que humanos. Ellos forman parte de los no europeos. Evidentemente, también hay judíos que no son europeos. Pero los palestinos son racializados y se les trata como algo menos que humanos. Y por eso la pérdida de esas vidas ni se señala ni se reconoce como pérdida. Por supuesto que esto sí se reconoce dentro de Palestina, es decir, siempre se encuentra una forma de reunirse y hacer el duelo y de trasladar a los muertos y honrarlos. Así que estamos hablando solo del punto de vista de aquellos que creen que la eliminación de las vidas palestinas o el estar dañando permanentemente las vidas palestinas está, de alguna manera, justificado. No ven esas vidas como vidas humanas, según la idea que ellos tienen de lo humano.
Y esto lo hemos visto cuando Netanyahu llama a los palestinos animales y otros los llaman bárbaros y, que no se nos olvide, cuando se les considera simplemente un problema estratégico: “vaya, aquí tenemos a una población de hecho. Quizás podamos deportarlos”. Así que cuando algún miembro del gobierno israelí habla de reubicar a los palestinos al Sinaí y convertirlos, de este modo, en un problema egipcio, y se ponen a investigar la vivienda que hay disponible en las afueras de El Cairo, de lo que están realmente hablando es de deportarlos como si se tratara de mercancías o propiedades suyas, como si tuvieran derecho a hacerlo, como si esa gente fuera de su propiedad o esa gente fueran mercancías móviles que se pueden trasladar de un sitio a otro. Y esto no es solo una deshumanización radical, sino que hace posible el tratamiento brutal, la deportación y el asesinato de personas tal y como lo estamos viendo ahora mismo. Creo que no estamos viendo bombardeos al azar. Estamos viendo cómo se despliega un plan. Y, a no ser que los Estados Unidos y otras grandes potencias lo interrumpan, va a ser algo devastador.
Por supuesto, en Europa y en París durante un tiempo se prohibió apoyar a los palestinos con protestas públicas. Y, afortunadamente, el Tribunal Constitucional echó abajo esa decisión del poder ejecutivo, y al menos 20.000 personas se manifestaron en la calle justo la semana pasada. Y, por supuesto, estamos viendo cada vez más reacciones similares en los círculos académicos estadounidenses. A no ser que la gente condene a Hamas, estas protestas no se consideran aceptables. Se consideran anti-semitas. A no ser que la gente apoye a Israel inequívocamente, se considera a esas personas antisemitas o alineadas con el terrorismo. Y, por supuesto, tan pronto como esto sucede, esas personas que quieren manifestarse, públicamente o en sus universidades, contra la injusticia que se está cometiendo, se arriesgan a perder apoyos, a perder su trabajo, y se les estigmatiza. Conozco a gente del mundo académico a los que se les ha suspendido de su trabajo aquí y en Suiza. Y también conozco personas del mundo académico alemán que intentan protestar y a los que se mancilla bajo la acusación de que son antisemitas.
Criticar al Estado de Israel no es antisemita si el Estado de Israel es un Estado colonial de colonizadores que está ejerciendo una violencia extraordinaria. Estamos en contra de la violencia. Estamos en contra de los disposiciones coloniales de los colonizadores. Estamos en contra de la injusticia. Y, si eres verdaderamente judío, tu obligación es estar en contra de la injusticia. No serías un buen judío si no te opusieras a la injusticia. Así que el que te llamen antisemita, y a mí me lo llevan llamando desde hace muchos años aquellos que están en mi contra por defender valores que también son valores judíos, valores compartidos, pero desde luego valores judíos, es algo sencillamente horrible.
AMY GOODMAN: ¿Podría explicarnos que le ocurrió en Berna? De hecho, creíamos que le haríamos la entrevista en Berna pero usted tuvo que cancelar su conferencia.
JUDITH BUTLER: Sí, yo cancelé mi propia conferencia porque me di cuenta de que si hablaba en la universidad de Berna con la situación que había, habría producido una gran controversia y, probablemente, habría hecho daño a mis anfitriones y a su departamento. Pero es verdad que en algunos sitios en los que hay gente que es claramente antisionista o apoya el movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones a Israel (Boycott, Divestment and Sanctions to Israel), al que yo apoyo, se producen protestas, se intenta ejercer la censura, se intentan erradicar modos de reconocimiento o bloquearles la entrada. Me estoy refiriendo a cómo se están intensificando este tipo de medidas en las instalaciones universitarias estadounidenses. Y, por supuesto, necesitamos proteger los derechos de reunión, manifestación y protesta. Solidarizarse con Palestina no significa necesariamente estar a favor de los ataques militares de Hamas, sino apoyar a la gente a los que, de una forma genocida, se ha puesto en el punto de mira.
NERMEEN SHAIKH: Profesora Butler, ¿podría decirnos cuál piensa usted que podría ser una salida a la presente crisis? Y también, en el contexto de La fuerza de la no violencia: La ética en la política, su libro de 2020, ¿en qué consistiría aceptar su planteamiento, instando a la no violencia aun sabiendo, por supuesto, que adopta usted una posición difícil, para poder entender cómo terminar potencialmente con esta situación?
JUDITH BUTLER: Bueno, creo que lo primero de todo sería la inmediata necesidad de lograr un alto al fuego. Aunque también pienso que no habrá una posible solución si no se permite a los gazatíes regresar a sus casas y reconstruirlas y llevar a cabo el duelo y la vida que les corresponde. Creo que la ocupación debe terminarse e incluyo el asedio de Gaza como parte de dicha ocupación. A veces se comenta que Gaza ya no es un territorio ocupado, que la ocupación terminó en el año 2005. Y eso no es verdad. Se podría decir que el ejército israelí se retiró, pero cada mínima parte de la frontera, excepto, quizá, la puerta de Rafah, está patrullada y controlada por las autoridades del Estado de Israel. Lo que quiere decir que ni la gente ni las mercancías pueden salir ni entrar sin permiso israelí. Y por eso no podemos hablar de que exista una autonomía política en tales circunstancias.
También creo que el tipo de deportación a la que estamos asistiendo en la actualidad es la que ocurrió en 1948 cuando comenzó la Naqba. La Naqba no es un acontecimiento único que tuvo lugar en 1948. Es una situación incesante. Y por eso los asesinatos, las masacres y la desposesión que estamos viendo en la actualidad son una continuación de la Naqba. Quizás es mucho más gráfica en la situación actual. Pero no debemos imaginarnos que, si resolvemos el presente conflicto ahora, habremos llegado a la raíz del problema. La raíz del problema incluye encontrar una fórmula por la que los palestinos tengan un poder absoluto de autodeterminación, puedan vivir en una sociedad democrática, se ponga fin a la desposesión y se les devuelvan las tierras que les han robado, por lo menos que se reconozca y se repare este hecho, y también significa el derecho a retornar de mucha gente que se ha visto obligada a marcharse en circunstancias terribles.
AMY GOODMAN: Judith Butler, queremos darle las gracias por estar con nosotros. Judith es filósofa, comentarista política, especialista estudios de género, catedrática de la Graduate School de la universidad de California en Berkeley. Y ocupa la cátedra Hannah Arendt en la European Graduate School. También forma parte del consejo asesor de Voz Judía por la Paz. Como nos quedan dos minutos para que termine la conexión por satélite, podría comentarnos ¿qué cree que pensaría Hannah Arendt de la actual situación?
JUDITH BUTLER: Bueno, el trabajo de Hannah Arendt se compone de diferentes partes, pero yo diría que ella demostró gran inteligencia cuando escribió en 1948 que basar el Estado de Israel en el principio de soberanía judía era un error tremendo. Y que conllevaría conflictos de tipo militar durante las futuras décadas. Lo que ella estaba defendiendo era una estructura binacional, pluralista, en la que judíos y palestinos pudieran cohabitar en el territorio y en la que existiera una igualdad de algún tipo. No estoy segura que tuviera un plan acabado por completo. Parece que su plan procedía de Martin Buber, en cierto sentido. Pero lo que está claro es que ella pensaba que ningún Estado podría basarse en una forma de soberanía étnica o religiosa sin producir un desplazamiento de toda la gente que no perteneciera a esa religión ni a esa etnia. Así que predijo que Israel produciría una masiva clase de refugiados, y que estaría atascada en un conflicto durante los años venideros.
Y por eso creo que tenemos que recordar el derecho al retorno. Nunca llegaremos a la raíz del problema a no ser que nos demos cuenta de los millones de palestinos cuyas familias llevan viviendo todos estos años en un exilio forzoso, y habría que darles algún tipo de reconocimiento, alguna reparación, alguna manera de honrar su derecho a volver.
AMY GOODMAN: Muchas gracias. Si alguien quiere ver la primera parte de nuestra conversación con la profesora de la universidad de California en Berkeley, les animamos a conectar con democracynow.org. Soy Amy Goodman y he entrevistado a Judith Butler con Nermeen Shaik.
Traducción de María José Belbel Bullejos.
Esta entrevista fue publicada en Democracy Now! el 26 de octubre de 2023.
La destrucción de Palestina y de su pueblo no se inició con la destrucción actual de Gaza y la expulsión de sus habitantes. Sin remontarnos a la Nakba, en 1948, encontramos episodios igualmente violentos durante las últimas décadas. A continuación incluimos algunas fotos de la vida cotidiana en Cisjordania antes de la creación del Estado de Israel y durante los años en que los palestinos luchaban por hacer prosperar su tierra frente a las ambiciones y las agresiones del Estado sionista y la indiferencia de la comunidad internacional. Pero todo ello cambió, cuando la asfixia a la que los colonialistas israelíes sometían a Cisjordania estalló en la Primera y la Segunda intifadas. Ya entonces Israel impuso los bombardeos indiscriminados contra la población civil y la destrucción de casas y del patrimonio material palestino.
Pero desde 1988, con la primera Intifada o levantamiento palestino, la situación se agravó aún más, con la continua intervención de las fuerzas de Ocupación.
Imágenes de destrucción en las ciudades de Jenin y Nablus durante la segunda Intifada en 2002. La ciudad vieja de Nablus fue arrasada por las bombas y las excavadoras israelíes, como se muestra en la cuarta foto, en que un edificio histórico destinado a convertirse en museo fue destruido.
Igualmente, Gaza, antes de las sucesivas intervenciones del ejército israelí y pese a ellas, era un país que su pueblo, la mayoría refugiados anteriormente expulsados de sus tierras, se esforzaba por hacer habitable, como demuestran las siguientes fotos:
La ciudad de Gaza antes de la Nakba.
La Gran Mezquita de Gaza, del siglo VII.El aeropuerto internacional de Gaza, construido con ayuda internacional de España, Alemania, Suiza, Japón, Arabia Saudí y Marruecos, entre otros, con un coste de 86 millones de dólares, inaugurado por Bill Clinton y Yassir Arafat, en 1998 fue destruido por el ejército israelí entre 2001 y 2002, sin que ninguno de los países que lo sufragaron reclamara al Estado de Israel. El aeropuerto internacional de Gaza tras su destrucción por Israel.
El destierro en 1948 y el destierro en 2021.
El lenguaje es lo primero que hay que conquistar cuando se emprende una batalla, especialmente si la batalla es de conquista. La colonización de Palestina comenzó con la conquista del lenguaje incluso antes que la tierra. No decimos el drama, el exterminio o el expolio palestino sino “La cuestión palestina “, el término que los ingleses acuñaron para dar envoltura burocrática, sesuda y aséptica al proyecto que comenzó a gestarse en Europa a finales del XIX y en virtud del cual se decidió sacrificar el destino de todo un pueblo, que no es sino vidas que tomadas una a una tienen rostro, carne, sangre y nombres y proyectos de futuro y recuerdos y rencillas irresueltas y genealogías familiares con abuelos y bisabuelos enmarcados en fotografías de color sepia en la pared de salón.
Los grandes atropellos de la historia no siempre se cometen por odio, sino por indiferencia hacia el otro. En el odio, el otro, el odiado, está presente, existe, incluso se podría decir que es imprescindible como sostén del odio. La indiferencia despoja de entidad al otro, lo cosifica, lo puede considerar obstáculo o apoyo o ambas cosas a la vez o una y otra sucesivamente, pero siempre lo excluye de la categoría de un “nosotros” dotado de derechos, necesidades, sentimientos y aspiraciones que el otro no tiene. Esa es la base del pensamiento colonial y del racismo. Africanos, indios, árabes, pueblos-cosa para la mentalidad colonial, la que imperó “naturalmente” en Europa hasta la mitad del siglo XX, eran poco más que elementos de un paisaje exótico.
El problema con los árabes de Palestina es que ese paisaje se quería vacío.
Se sabía que había pueblo en Palestina.
Ese era el problema. Un pueblo problema. Cuestión a resolver.
Conquistar el lenguaje. Conquistar la tierra. Vaciar la tierra.
Beirut
Todas las ciudades bombardeadas se parecen. Todas convocan el mismo surtido de adjetivos: fantasmagórico, desolador, irreal a veces. En un edificio aún en pie pero sin fachada, un reloj de cocina, pendiendo de una pared abierta al vacío, marcaba una hora inmóvil; en mitad de la calle, a modo de absurdo mobiliario urbano, se exhibía una pila de fregar intacta y llena de cascotes, entre montones de basura humeante y la ausencia de gente. Más que derruidos en montañas de escombros, los edificios de Beirut, edificios de varias plantas, parecían haberse plegado sobre sí mismos, grandes placas de hormigón desprendidas en bloque habían formado extrañas estructuras arquitectónicas, imponentes fortalezas asimétricas diseñadas por un amante del caos.
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La casa estaba llena de cuadros de un estilo como naif. Casi todos tenían el mismo motivo: escenas, calles y barrios de Haifa. Sobre uno de esos cuadros, el pintor nos dijo que podía recitarnos los nombres de cada una de las gentes y las familias que habían vivido en la calle que aparecía minuciosamente dibujada casa a casa y que habían sido sus vecinos y sus compañeros de juegos cuando él era un niño y esa era su calle y Haifa era aún su ciudad.
Su pintura era un modo de combatir el tiempo y salvar la memoria.
¿Sabes? No hay un solo día en el que no recuerde mi casa, casi siempre antes de dormirme me viene a la mente la última imagen que tengo de ella con las gentes del Haganah en el jardín empujándonos a subir al camión. Mi madre tenía macetas de flores en todos los balcones, y yo clavé mi mirada en uno de ellos mientras el camión se alejaba y aún sigo viéndolo, toda mi vida seguiré viéndolo.
El pintor era de familia musulmana y su mujer era cristiana. No tenían hijos. Parecían quererse mucho. Una pareja en el umbral de la vejez que se cuidaban uno a otro.
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Habían acudido al hospital no porque estuvieran heridas sino porque la anciana padecía del corazón y necesitaba tratamiento. Su nieta la acompañaba y la protegía. La pequeña Nahla sujetaba la mano de la abuela y de vez en cuando le daba ligeras palmaditas de ánimo. Con la ayuda de Ibrahim nos explicó la muerte de su familia. No lloró al contarlo, de vez en cuando miraba a su abuela como temerosa de que su relato la hiciese sufrir. Era conmovedoramente responsable y generosa. Nos dijo que la OLP estaba intentando sacarlas de Beirut y enviarlas a Damasco donde ella podría ir a estudiar en un colegio “para huérfanos de los mártires palestinos” y donde su abuela podría vivir sin el pánico de las bombas.
Nahla, de mayor, quería ser médico.
Tuve la certeza de estar ante un ser humano extraordinario, uno de esos seres que, al existir, hacen que el mundo sea más habitable y mejores a aquellos a quienes tocan. Nahla estaba tocada por la gracia.
Estos seres humanos que nos contemplan fijamente —más fijamente que nosotros a ellos— habitaban un país no extenso —poco más de 20.000 kilómetros cuadrados— en donde vivían —sí, "vivían", en toda la acepción del concepto— alrededor de un millón de habitantes. No menciono estas cifras aproximadas con intención cuantitativa y comparatista, sino justamente con el propósito contrario: cualitativo y fundamental. Y nos preguntamos: ¿cómo esa población, más bien limitada en número y en espacio, resultaba tan sorprendentemente variada, diversa, rica y plural en sus manifestaciones, en sus comportamientos, en sus hábitos de vida, en su vestuario, en sus costumbres, en sus múltiples maneras de existir, de sufrir y de gozar? ... ¿No merecían estas gentes seguir viviendo —eso sí, "viviendo"— como estas imágenes demuestran que vivían? Esta es quizá la pregunta principal, la más dura e incisiva, que nos hacen esos ojos que nos miran fijamente, que no dejan de mirarnos, que seguirán mirándonos hasta cuando hayamos pasado todas las páginas de este libro.
Por su parte, Teresa Aranguren aporta algunas claves para comprender la destrucción de esa Palestina en la que "vivían —sí, vivían en toda la acepción del concepto— sus habitantes" a la que se refería el profesor Montávez:
Fue a finales del siglo xix y sin que los habitantes de la zona tuvieran conocimiento de que sus vidas y su destino colectivo habían adquirido carácter problemático cuando Palestina se convirtió en «La cuestión palestina». El proyecto sionista que comenzó a gestarse en despachos y cancillerías europeas, no solo dibujaba un futuro insospechado entonces para la población árabe de Palestina sino que tenía también que desdibujar su pasado hasta convertirlo en mero preámbulo del futuro Estado judío.
Los primeros colonos del movimiento sionista llegaron a tierra palestina en la década de 1880 cuando la región aún estaba bajo dominio otomano. Se instalaron en la fértil llanura costera al norte de Yafa, en tierras adquiridas por el barón Edmond Rothschild, figura clave en la financiación y promoción del movimiento. Gran parte de esas compras se hicieron aprovechando la legislación de la tierra de 1876 que permitió a la Administración otomana y a algunos grandes terratenientes que residían en Estambul o en Beirut, hacer provechosos negocios, quedándose con las tierras de notables palestinos que no podían pagar los abusivos impuestos del Imperio para revenderlas después a los altísimos precios que Rothschild y la Palestine Jewish Colonization Asociation (pica) estaban dispuestos a pagar.
En esa época la llegada de europeos para instalarse en Tierra Santa no era un fenómeno extraño. Desde mediados de siglo grupos de devotos cristianos y judíos habían emigrado a Palestina atraídos por su reclamo religioso. Las colonias alemanas de la Sociedad de los Templarios que se establecieron en Haifa, Yafa, Jerusalén y otras localidades de la zona o la que un grupo de familias suecas y norteamericanas fundó en un hermoso edificio de Jerusalén —el actual hotel American Colony—, son algunos ejemplos de la huella que aquel flujo de piadosos emigrantes dejó en la zona.
Palestina no estaba ni mucho menos cerrada al contacto con los extranjeros. No era una sociedad hostil, ni religiosamente fanática, cuando los primeros colonos del movimiento sionista llegaron allá. Y contrariamente a lo que una eficaz propaganda difundió y sigue difundiendo, la tierra en la que se asentaron ni estaba vacía ni era para nada un desierto.
He aquí la descripción que dos viajeros españoles, José María Fernández Sánchez y Francisco Freire Ferreiro, hacen de la región de Yafa en 1875:
Existen extensos bosques de granados, naranjos, limoneros, manzanos, cañas de azúcar y palmeras. Sus preciosos jardines tienen gran variedad de plantas, huertos con toda clase de legumbres y hortalizas, regados todos con agua sacada de multitud de norias. La naturaleza es prodigiosa… Posee unos extraordinarios jardines que posiblemente dan las primeras naranjas del mundo… Son los mejores naranjales del mundo.
En 1891, el escritor judío ruso Asher Ginsberg, que solía firmar con el seudónimo de Ehad Ha’am, tras realizar un viaje a Palestina escribe:
Tenemos la costumbre de creer, los que vivimos fuera de Israel, que allí la tierra es ahora casi completamente desértica, árida y sin cultivar y que cualquiera que quiera adquirir tierras allí puede hacerlo sin ningún inconveniente. Pero la verdad es muy otra. En todo el país es difícil encontrar campos cultivables que no estén ya cultivados, solo los campos de arena o las montañas de piedras que no sirven para plantaciones permanecen sin cultivar.
Palestina no era un desierto esperando la llegada de colonos extranjeros que lo hicieran florecer. Como en otras regiones de la cuenca mediterránea, había zonas desérticas y zonas de cultivo, algunas muy fértiles y laboriosamente cultivadas por campesinos asentados allí desde generaciones. El desierto por lo demás sigue siendo desierto.
El 9 de diciembre de 1917, tras la rendición de las tropas turcas, el ejército británico, al mando del general Allenby, entró en Jerusalén. Palestina quedó bajo control militar británico hasta que en julio de 1922 la Sociedad de Naciones estableció el Mandato británico sobre Palestina, que incluía el compromiso de la potencia mandataria con la Declaración Balfour, es decir, con la creación de un Hogar Nacional Judío en Palestina.
En esa época, según el censo realizado por la Administración británica en 1921, la población de Palestina era de 762000 habitantes, de los cuales el 76,9% eran musulmanes, el 11,6% cristianos, el 10,6% judíos y el 0,9% de otras confesiones. En cuanto a la propiedad de la tierra, solo el 2,4% de la superficie total del país estaba en manos del movimiento sionista.
Aunque la sintonía de la Administración británica con los objetivos del sionismo era evidente, los dirigentes y en general la élite cultural de la sociedad palestina aún confiaban en poder convencer al Gobierno de Londres para que atendiese sus reclamaciones y cesase su política de colaboración con los sionistas. Se organizaron comités, comisiones y delegaciones que viajaron a Inglaterra una y otra vez para exponer sus argumentos, dar cuenta del malestar de la población y alertar de los peligros de un estallido de violencia. En carta enviada en 1921 al entonces secretario para Asuntos Coloniales, Sir Winston Churchill, la delegación árabe describía así la situación:
El grave y creciente malestar entre la población palestina proviene de su convicción absoluta de que la actual política del Gobierno británico se propone expulsarlos de su país con el fin de convertirlo en un Estado nacional para los inmigrantes judíos… La Declaración Balfour fue hecha sin consultarnos y no podemos aceptar que ella decida nuestro destino…
El estallido se produjo en agosto de 1929; tras una manifestación de judíos que culminó izando la bandera sionista en el Muro de las Lamentaciones, los musulmanes de Jerusalén se lanzaron a la calle, las protestas se extendieron a todo el territorio y degeneraron en asaltos a los barrios judíos de Hebrón, Safad, Tel Aviv… Durante los disturbios murieron 133 judíos y 116 árabes. Hubo casi mil detenidos y veintiséis (25 árabes y 1 judío) condenados a muerte.
* * * * * * * * La Gran Revuelta * * * * * * * *
La agitación antibritánica y antisionista alcanzaba a todos los sectores de la sociedad palestina. También las mujeres se movilizaron, el Primer Congreso de las Mujeres Árabes de Palestina tuvo lugar en 1932, y en los años siguientes delegaciones de mujeres musulmanas y cristianas se entrevistaron con las autoridades del Mandato y viajaron a Londres para presentar las demandas del movimiento nacional.
A mediados de la década de los años treinta, el clima era ya de rebelión total. En mayo de 1936, el Alto Comité Árabe que presidía Haj Amin Al Husseini lanzó un llamamiento a la desobediencia civil y convocó huelga general en todo el territorio. Comenzaba la gran revuelta palestina, la primera Intifada.
La huelga, que paralizó toda la actividad económica y comercial del país, duró seis meses. La revuelta duró tres años. La represión británica dejó un saldo brutal: más de 1000 palestinos muertos, 2500 detenidos, 54 condenados a la horca… Pero parecía que se había conseguido algún logro político. En mayo de 1939, el Gobierno británico publicó el Libro Blanco en el que anunciaba restricciones a la inmigración judía y el compromiso de conceder la independencia a Palestina en un plazo de diez años. Para el movimiento sionista, este giro de la política británica ponía en grave riesgo su proyecto de Estado judío.
Pese a que la inmigración y la adquisición de tierras se habían acelerado notablemente en las últimos años, los dirigentes sionistas eran muy conscientes de que no conseguirían más tierras ni su objetivo de convertirse en «mayoría» si no era por medio de la fuerza.
El director del Fondo Nacional Judio, Josef Weitz, lo expresaba claramente en 1940:
La empresa sionista ha hecho un buen trabajo con la adquisición de tierras. Pero así nunca conseguiremos contar con un Estado. El Estado se nos tiene que dar de una sola vez como la salvación —¿no es ése el secreto de la idea mesiánica?—. No existe otra forma de desplazar a los árabes, a todos los árabes. Quizás con la sola excepción de Belén, Nazaret y la ciudad vieja de Jerusalén, no debemos dejar ni un solo poblado, ni una sola tribu.
Entretanto, en Europa se libraba la guerra más atroz, e Inglaterra y los países aliados dedicaban todas sus energías a la lucha contra la Alemania nazi. El destino de la población de Palestina era la última de las preocupaciones del Gobierno británico. Las promesas reflejadas en el Libro Blanco no iban a cumplirse nunca.
Tras la presentación del Libro Blanco, que en cierta medida atendía algunas de las demandas palestinas, los sectores más extremistas del sionismo se declararon en guerra contra las autoridades del Mandato y desencadenaron una oleada de acciones terroristas.
En julio de 1946 el grupo armado sionista, Irgun Zvai Leumi, llevó a cabo la voladura del hotel King David, sede de la Administración británica, 91 funcionarios murieron en el atentado. Seis meses después Gran Bretaña renunció al Mandato sobre Palestina y delegó sus responsabilidades en Naciones Unidas.
En noviembre de 1947 la Asamblea General de Naciones Unidas adoptó la resolución de partición de Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío. Gran Bretaña se abstuvo en la votación. El plan otorgaba el 57% del territorio al futuro Estado judío y un 43% al Estado árabe.
La población de Palestina en ese momento era de 1972000 habitantes de los cuales 608000, una tercera parte, eran judíos. El 47,7% de las tierras eran propiedad árabe, un 6,6% propiedad judía, el 46% restante eran tierras comunales y públicas.
El Estado judío no sería posible si no se vaciaba el territorio de su población árabe.